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Una docena de hombres jóvenes, varios con el torso desnudo, se apiña sobre la vereda de baldosas coloradas de la Plaza de Mayo junto a la base del poste áureo de un farol; muchos más fisgonean alrededor, algunos en bicicleta. Al fondo, blanco, resplandeciente de luz eléctrica, el Cabildo de Buenos Aires brilla en la cálida noche de verano, a un centenar de metros. Los que están amontonados circundan a un individuo que parece sentado o desfallecido contra la columna. Un muchacho alto y escuálido comienza a arrojar patadas contra este. El agresor se distingue por su pelo largo atado tipo cola de caballo y vestimenta punk: pantalón y chaleco negros pegados al cuerpo, cinturón con tachas metalizadas, y borceguíes. Otro chango, en cuero, con bermuda verde militar y zapatillas, imita la embestida. Un sujeto adicional, de camisa hawaiana gris, pantalón albo igualmente hasta las rodillas y también calzado deportivo, toma al contuso por el cuello y lo fuerza a correr unos 20 pasos, en apariencia para protegerlo.

Quedan a la vista el uniforme azul del cautivo, el escudo de la Policía Federal en su flanco y la pistola que le cuelga de la cintura. El de hawaiana lleva la gorra tono asimismo añil de la víctima en una mano. La huida atrae un enjambre de atacantes y termina con el rehén otra vez en el piso, tras varios tumbos lastimosos. Para cubrirse de los incontables puntapiés, el caído asume posición fetal, con las manos en la nuca y los codos rodeándole la cabeza. Una nube blanquecina de gas lacrimógeno anuncia más uniformados y obliga a los vándalos a taparse ojos y vías respiratorias con manos y ropas, mientras se dispersan. Un instante después, el herido está acostado boca arriba, con la cara y la cabeza ensangrentadas, inerme, tal vez desmayado, cuando un fragmento de baldosa o adoquín le da de lleno en el rostro.

—Está bien, loco, por lo que hicieron la semana pasada —intervino con despreocupación Maximiliano Tasca, de 25 años, apoltronado en una butaca, observando las imágenes de Crónica TV. Carismático, de voz sonora y sonrisa franca, estaba satisfecho en el fuero íntimo tras la agotadora y exitosa seguidilla de exámenes que ese mes lo había convertido en licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad del Salvador. Su tesis analiza Medio Oriente, con foco en Egipto, un país que lo deslumbraba desde la infancia. Estaba anotado en condición de voluntario en los Cascos Blancos, la milicia de paz de las Naciones Unidas. Si esta convocatoria se demoraba, en un par de meses podría debutar en el carnaval en el rol de percusionista de Los Pecosos, una murga del barrio. Futbolero apasionado, era admirador de All Boys, principal club de la zona, de Boca y de Diego Maradona: tenía la cara del ídolo tatuada en el hombro izquierdo. Además, era ricotero: fanático de la música de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

Las suplicantes (de Eurípides). Teatro<br />
Nacional de Grecia. Dirigida por Stathis Livathinos (N-t.gr).

Maxi Tasca y su mamá Silvia en el acto de cierre de la carrera universitaria del primero, días antes de la masacre.

—¡Brindo por eso! —exclamó Maxi, izando su vaso de cerveza. Junto a el estaba Cristian Alfredo Gómez, alias el Gallego o el Gaita, igualmente de 25 años y tan hablador como quien proponía el sarcástico festejo. Este segundo chaval poseía un sentido del humor afilado y una mirada astuta, excepcionalmente expresiva. De inmediato, sin duda, el convite derivaría en una charla animada. El Gallego era bajista de La Gaucha, banda de rock concebida en la adolescencia entre compañeros del colegio con la que soñaba grabar un disco. Se ganaba la vida con changas: verdulero, repositor de un almacén, chofer de un camión repartidor de equipos matafuegos. Estaba de novio con Flopi, hermana de un compinche del barrio; reverenciaba a Paul McCartney, bajista zurdo, igual que él; era seguidor de River Plate; y compartía con Tasca el hombro izquierdo tatuado, en su caso un arlequín, y la fascinación por All Boys y los Redonditos.

Antígona frente a Polínices muerto.<br />
Nikiforos Lytras. Galería<br />
Nacional de Grecia.

Graciela, mamá Elvira, papá Ramón —el Chato—, Sonia y Cristian Gómez.

En la mesa había otros dos comensales. Adrián Matassa, de 23 años, era empleado de la cercana inmobiliaria de su familia, estudiante fallido de Medicina, hincha de Boca, aficionado de Leo Mattioli, el cantautor de cumbia, y dueño de carcajadas vibrantes que llenaban el ambiente con intermitencia. Enrique Sebastián Díaz, alias Quique, que al día siguiente cumpliría 21 años, cursaba Arquitectura y simpatizaba con River.

Lisístrata (de Aristófanes). Teatro Cuatro Elementos, Buenos Aires. Dirigida por Pablo Marchini (Facebook.com/Lisistrata).

Adrián Matassa recibió un balazo en el abdomen y murió horas después.

Eran las 4.20 de la madrugada del 29 de diciembre de 2001. Los cuatro habían ingresado minutos antes al bar de la estación de servicio YPF de Gaona y Bahía Blanca, en el barrio de Floresta. Se habían acomodado en una de las mesas blancas con pies metálicos carmín y sillas de diseño similar. Habían pedido una cerveza y la habían servido en tres vasos de vidrio. También una Coca Cola chica con otra copa. Todos vestían pantalones vaqueros; Maxi, camisa oscura; Cristian y Adrián, remera nívea; Quique, la chomba de River, alba con una banda roja cruzada en el pecho. Hasta la oferta de celebración, el motivo de charla había sido una broma referida al Gallego y su enamorada.

El televisor estaba encima de una heladera vertical, alta como un ropero y llena de bebidas, con la marca «Pepsi» estampada en blanco sobre granate contra el marco superior. Las noticias repetían lo acontecido cerca de dos horas antes en la Plaza de Mayo, a ocho kilómetros de la gasolinera. Daniel Coronel, cabo de 32 años, había sufrido traumatismo de cráneo y otras lesiones de parte de violentos que intentaban vengar la matanza provocada diez días antes, entre el 19 y el 20 de diciembre, por las huestes estatales previo a la renuncia del presidente Fernando de la Rúa.

En simultáneo con la acometida hacia Coronel se contaron otros 11 policías heridos, daño exterior e intento de asalto a la Casa Rosada, y el saqueo del Congreso de la Nación. Los civiles muertos durante el convulso final de 2001, entre el 19 y el 29 de diciembre, en toda la República Argentina sumarán 39, entre ellos nueve menores y siete mujeres; los asesinados solo en la Plaza de Mayo y la zona circundante fueron cinco, todos adultos varones.

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—¡Hasta acá, basta! —oyó el licenciado en Relaciones Internacionales una voz masculina en la nuca y antes de que pudiera girar ni menos defenderse, algo que quizás hubiera intentado, pues era cinturón verde de sipalki, arte marcial coreano, ocurrió lo inimaginable.

“Cuando Maxi dijo eso, se paró detrás de el y ahí nomás sacó el arma”, se horrorizará Quique; “apuntó a la cabeza y disparó; lo último que recuerdo de ese momento es su figura cayendo sobre la mesa; creo que murió sin siquiera enterarse”.

“Se le movieron los pelitos así”, se espantará Sandra Bravo, encargada del comercio, graficando con los dedos el aspecto de la víctima, “y los ojos parecía que se le estaban saliendo”. Ella, tres clientes, incluido un trabajador de una gomería aledaña —todos se encontraban en el bar—, y el empleado que cargaba combustible en el playón —que estaba afuera, en su puesto— son los demás testigos presenciales.

El estampido sobrecogedor despertó a los vecinos en un radio considerable. La repetición posterior de andanadas cortó la respiración de muchos. El siguiente objetivo del cazador fue Gómez, tiroteado en el abdomen cuando levantaba las manos y rematado en la cabeza mientras su mano izquierda, la misma que nunca más tocará las cuerdas del bajo, se asía por acto reflejo a una pata del mueble que ocupaban. El tercer blanco fue Matassa, alcanzado también en el estómago. Díaz, que era el más alejado del matón y el más pegado a la puerta, oyó los últimos estallidos mientras emprendía una carrera enloquecida que lo salvó. Su escape detuvo la balacera. Todas las detonaciones habían sido realizadas con proyectiles de punta hueca, prohibidos por el derecho autóctono e internacional porque se abren como una flor al impactar, de manera que aseguran el deceso.

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El sargento Juan de Dios Velaztiqui, guardia nocturno del establecimiento desde hacía dos meses, de 61 años, estatura mediana, atavío de la Federal, chaleco antibalas, lentes de cristales oscuros, cabeza calva y bigote corto gris, enfundó al fin su pistola Browning 9 milímetros, modelo GP 35, unidad 4999, serie 001499. “Lo que a mí me llamaba la atención era que siempre estaba con anteojos negros”, recordará Bravo; “siempre, adentro, de noche, desde las 24 horas hasta las ocho de la mañana”.

Mientras los cuerpos baleados seguían desparramándose y un bálsamo de pólvora impregnaba el aire, el maleante caminó hasta el teléfono de la cabina situada en el interior del boliche y marcó el número de la Comisaría 43, distante cinco cuadras hacia el sur.

—Intento de asalto; Gaona y Bahía Blanca; maté a tres —notificó en voz alta con la misma frialdad aterradora con la que acababa de ultimar a los jóvenes.

La botella plástica de Coca Cola light que el forajido estaba tomando cuando el candidato para los Cascos Blancos pronunció la frase crucial continuaba, junto a un vaso a medio llenar, en el emplazamiento contiguo al que habían ocupado las víctimas. Además, el reo acababa de comer un alfajor helado. El envase de vidrio y las copas con cerveza se habían estrellado contra el piso, donde los pedazos de cristal y la bebida alcohólica se mezclaban con la sangre, igual que la otra gaseosa y el otro vaso. El manchón rojizo se expandía como un baldazo de pintura. El disparo inicial había sido a centímetros; el resto a dos o tres pasos a lo mucho; toda la escena había ocurrido en un espacio de cinco por siete metros, el área para el público.

Impávido, como obedeciendo un ritual, Velaztiqui arrastró por los pies el cuerpo de Maxi a la vía pública. Toc-toc-toc, sonó la cabeza del fenecido practicante de sipalki al descender los tres escalones de la entrada del local. A continuación tomó la cabellera de Cristian. Pero el muerto mantenía la mano izquierda aferrada al pie de la mesa por efecto del llamado espasmo cadavérico. Roberto Rochaix, uno de los observadores directos, se acercó y abrió los dedos sin vida. Luego le reprocharán haberse solidarizado con el asesino. «Solo ayudé a levantar a los agredidos con el único propósito de colaborar para que se los llevara pronto una ambulancia», explicará el hombre, aviador de profesión. El criminal pudo, ahora sí, deslizar el occiso de los pelos hasta la vereda y lo arrojó sobre el otro. La doble estela de sangre, de once metros de longitud, que unía la puerta y los dos extintos apilados a la intemperie permitía reconstruir los hechos a simple vista.

—¡Hijo de puta, por qué me mataste a los chicos, si no te habían hecho nada! —reaccionó, saliendo de atrás del mostrador y de su aturdimiento, Bravo, consciente de las palabras de Velaztiqui en el tris previo a la masacre. «Nosotros por ley tenemos la obligación de disparar», había sentenciado el policía mirando las imágenes de Crónica. La mujer, parada en el sitio de cajera, le había preguntado al respecto. Maxi, de espaldas adyacente al sargento, oyó el diálogo.

Sin prestar atención a la responsable de la tienda ni al resto de los presentes, el triple homicida apoyó un puñal junto a los dos cadáveres mientras aquellos asistían a Adrián, que se desangraba dentro de la cantina y morirá horas después.

—¡Ese cuchillo no estaba, no es de los pibes! —vociferó Sandra, nuevamente indignada, hacia el subcomisario Miguel Ángel García y el subinspector Diego Almada, que acababan de llegar.

—Callate la boca, no grites más porque si no te vamos a tener que demorar —escuchó por toda respuesta. Ayudados por varios subalternos, los uniformados circundaron el escenario con una cinta plástica y escoltaron al truhán sin esposar a un patrullero con la intención probable de trasladarlo a la Comisaría 43.

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“Creo que corrí con el vaso en la mano”, deplorará Quique; “no paré de correr hasta mi casa, que queda ahí nomás; pero ni siquiera estaba seguro de lo que había pasado; así que volví a la estación de servicio, que ya se encontraba repleta de gente, y desde la vereda de enfrente vi dos cuerpos tirados en el playón”, recordará; “en realidad estábamos gastando a uno con su novia, una tontería”, responderá acerca del clima en que Maxi propuso el convite; “su cara estaba normal, sin modificaciones notorias”, agregará respecto del ánimo del ejecutor; “fue todo en un segundo, muy rápido; yo no me imaginaba que Velaztiqui iba a hacer lo que hizo; tengo bronca porque los mató por nada”.

La yemení Tawakul Karman con las liberianas Leymah Gbowee y Ellen Johnson-Sirleaf durante la recepción del Premio Nobel de la Paz 2011.

Papá Ramón —el Chato—, Cristian Gómez y mamá Elvira. Imagen próxima a la tragedia.

—A la madrugada me llamaron por teléfono —cuenta Elvira Castorina Torres, mamá del Gallego—; me dijeron que fuera a la YPF: no deje de ir, señora, vaya ya, por favor; y bueno, así lo hice; me levanté, me vestí; ya el corazón de madre me sugería que algo pasaba, por la manera en que me avisaron; mientras me vestía iba caminando; pensé que había una razia y que lo estaban agarrando a Cristian, algo por el estilo; pero desgraciadamente no fue eso; qué terrible el cuadro con que me encontré; no solamente el hecho de ver a mi hijo en el playón; había sangre por todos lados; era impresionante; lo abracé, sentí su cuerpito todavía caliente; estaba lleno de policías y lo único que atiné a exclamar fue: por qué le hicieron esto a mi hijo.

Ella habla en su comedor, en el hogar en el que creció el muchacho y en el edificio de alto en el que es encargada, igualmente en Floresta. Entre mate y mate, esta miembro fundadora de la Asociación Civil Madres del Dolor, que lleva con orgullo su Formosa natal en la piel morena y los ojos negros, y luce cabello ondulado con un leve tinte púrpura, se emociona hasta las lágrimas. Sonia, una de las hermanas mayores del bajista, se asoma sonriente para saludar; la primogénita, Graciela, vive en otra zona de la ciudad.

Una foto que acerca Elvira muestra al hijo en una escena próxima a la tragedia. El chango, de rostro más pálido que el de ella, pupilas marrones, pelo castaño largo ensortijado y atado en la nuca, y complexión promedio, mira a cámara mientras abraza a su mamá y su papá, Héctor Ramón. Este, apodado el Chato por su escasa estatura, luce cabeza calva, piel rosada y ojos asimismo marrones. El hombre era catalán de nacimiento y pastelero de profesión; murió en 2012 por inconvenientes de salud.

—Yo estaba durmiendo, me tocaron el timbre —se aflige Silvia Noemí Irigaray, mamá del primer abatido—; Maxi se olvidó la llave, pensé; Silvia, tu hijo te necesita, está acá a la vuelta, escuché la voz de una vecina en el portero eléctrico; en la puerta del edificio le dije: qué le pasa, dónde está; acá a la vuelta, te necesita; no me miraba a los ojos; está muerto, lo baleó un policía, me desembuchó; me subieron a un auto y me llevaron; había agentes hombro con hombro tapando la escena; allí estaban Maxi y Cristian tirados; Elvira abrazaba el cuerpo de su hijo; ni siquiera corrí la bolsa negra que cubría el del mío; quedaba afuera su mano y lo reconocí por ella, que tenía un vendaje que yo le había hecho a la mañana; Velaztiqui estaba sentado en un vehículo y no atiné a nada.

Madres de Plaza de Mayo, Argentina (Madres.org).

Mural pintado en la plaza de Gaona y Gualeguaychú, a cuadras del escenario del drama.

Mientras conversa, ella sirve el café en el living del departamento, ubicado también en Floresta, que compartió con el hijo hasta la tragedia. Un portarretrato junto a un velador contiene una foto tomada un mes antes de la matanza. El pibe sonríe abrazado a Pablo, su único hermano, un año mayor; ambos de mediana estatura; el primero en cuero; el segundo con remera y gorra blancas. El parecido entre Silvia y el menor de su prole es notable; allí están, en el rostro de esta exquisita mujer de espléndido pelo nogal ondeante, la mirada, los ojos almendra y la sonrisa del vástago. Ella se había divorciado de Omar, el papá de los chavales, algunos años antes y trabajaba en la distribuidora de productos para supermercados de su ex en el trance del pavor.

Silvia es otra de las iniciadoras de la ACMdD. Colabora con el Programa Nacional de Lucha Contra la Impunidad. Es voluntaria de dos entidades oficiales de donación de órganos humanos: el Incucai, de nivel nacional, y el Cucaiba, bonaerense. Es autora de un protocolo de actuación policial en el último rubro. Da charlas a presos y a cadetes de las fuerzas estatales. Su debut inconsciente en el papel de Madre del Dolor fue el mismo día del triple asesinato, cuando donó las córneas y las válvulas del corazón de su retoño, que viven en otros.

“Salió un médico al rato”, se estremeció Angélica Matassa, mamá de Adrián, sobre el deceso de este, ocurrido en el Hospital Álvarez, “a decirnos que no había esperanzas y yo en la huevada de cómo no va a haber esperanzas, si es una persona joven, un chico joven; que le habían pegado un tiro; estaba destrozado por todos lados; el hígado, el vaso, el páncreas, el riñón, el estómago”, enumeró; “como mi hijo estaba tan mal, no había nada que hacer; pegué un grito, grité; no podía, no entraba en mí, que mi Adrián se me iba”.

“Estuvo casi cinco horas en la operación”, precisó Enrique Matassa, el papá; “salió con vida, pero el médico me dijo que no me hiciera ilusiones, porque la bala ahuecada que había puesto ese asesino le perforó varios órganos vitales y, bueno, al rato, después, falleció”.

El vástago luce en las fotos rostro moreno y sonrisa contagiosa de cachetes redondos que expone todos los los dientes y oculta los ojos detrás de las pestañas semicerradas. Su cabello es atezado, corto y crespo. Tiene las cejas frondosas, característica que compartía con Quique. Este, en contrate, aparece con el rostro pálido, gesto introvertido, mirada penetrante, y melena color ébano, lisa y larga atada por detrás. 

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Abuelas de Plaza de Mayo, Argentina (Abuelas.org).

Juan de Dios Velaztiqui —de anteojos negros— en el juicio.

El Tribunal Oral Criminal 13 de la Justicia Federal condenó en 2003 a Juan de Dios Velaztiqui a prisión perpetua como culpable de triple homicidio calificado por alevosía. Recién entonces quedó interrumpida la operación de encubrimiento iniciada minutos después de la matanza, cuando los jefes policiales ordenaron a Bravo callarse la boca.

El acto más dramático del complot para ocultar los hechos fue la represión a balazos de goma y gases lacrimógenos desplegada la tarde de la tragedia contra los familiares de las víctimas y los vecinos que peregrinaban a la Comisaría 43, donde permanecían atrincherados el malhechor y sus superiores. La conspiración encubridora incluyó luego intimidaciones a deudos, testigos y hasta parientes de estos; la mayoría por teléfono y correo electrónico; algunas personalmente, en la vía pública.

—Zurdos de mierda, Velaztiqui hizo bien en matar a esos guerrilleros —advertía una voz—. Córtenla con las marchas, ustedes son todos boleta —era otra frase recurrente—. Parece que no te queda claro que sos boleta ¿Está claro? Sos boleta.

“Zurdo de mierda, te vamos a reventar”, repetían por mail. “Tené cuidado cuando salgas de tu casa. Cuando tengas a tu mujer enterrada en cal te vas a arrepentir. Puede haber un coche bomba, están todos fichados. Comando Antisubversivo El Plumerillo”, era la firma. “Vino a amenazarnos con la pistola y todo”, contó Enrique Matassa sobre un agente que irrumpió en auto contra un mitín masivo. “A mi hija, la menor, la empezó a parar la Policía”, se aterró Sandra, que reside en la zona; “así, por la calle; le pedía documentos: adónde vas”.

—La Justicia comprobó que tres amenazas telefónicas —recuerda Silvia— fueron hechas desde el Hospital Churruca, que es de la Policía Federal.

—No tuve miedo —reflexiona Elvira, igualmente acerca de los amedrentamientos—, creo que cuando te matan a un hijo sentís que no hay nada peor que eso.

Un grupo de Madres del Dolor de Santiago del Estero (La Verdad, 20/10/2000).

Maxi Tasca y su papá Omar en el acto de cierre de la carrera universitaria del primero, días antes de la masacre.

Las protestas multitudinarias, todas pacíficas, que se sucedieron hasta la condena de Velaztiqui sumaron 22. Fueron lideradas por los allegados de los difuntos y algunos testigos del drama. Con la participación de vecinos; funcionarios, como Gustavo Lesbegueris, defensor adjunto del Pueblo porteño; y representantes del sector civil, varios con prestigio en el extranjero: emisarios de Amnistía Internacional, el Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel y las Madres de Plaza de Mayo. También marcharon entidades barriales, incluidos el bochinche, los cantos y el color de la hinchada de All Boys, la banda La Gaucha, y las murgas Los Pecosos y Mala Yunta.

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Matías Bagnato, Marta Canillas, Isabel Yaconis, Elvira Torres, Silvia Irigaray, Silvia Fredes y Viviam Perrone, de la Asociación Civil Madres del Dolor (2017).

Entrevista a Enrique Sebastián Díaz. Clarín, 20/2/2002.

Elvira Torres, Elsa Gómez, Matías Bagnato, Marta Canillas, Silvia Irigaray, Nora Iglesias, Isabel Yaconis y Viviam Perrone, de la Asociación Civil Madres del Dolor (2018).

Entrevista a Sandra Bravo. Clarín, 20/2/2002.

—Me acuerdo de mi primer día como encargada; los chicos me vinieron a saludar y me dijeron que ellos se quedarían a cuidarme —se conmueve Sandra, una mujer espigada de rostro níveo y mirada melancólica sobre cuya frente caen los rizos de su tupida cabellera azabache—; conocía muy bien a los pibes; eran clientes habituales; nunca se mostraron agresivos.

“Maxi jamás tuvo ninguna actitud que comprometiera la seguridad del lugar”, asintió Rochaix; “y Gómez tenía una excelente conducta; era muy, muy correcto”.

Las pericias psicológicas y el resto de la evidencia redundan en que el rufián disparó a sangre fría, dueño de sus actos, contra ciudadanos indefensos, que carecían de antecedentes conflictivos y que jamás lo provocaron de forma expresa. La presencia hipotética del único hijo varón, asimismo policía, del triple homicida en la Plaza de Mayo en el instante en que Crónica TV registraba la golpiza contra el cabo Coronel podría representar un dato de contexto sensible, pero se diluye como argumento para explicar la carnicería ejecutada, paradójicamente, por quien debía proteger a los clientes de la estación de servicio. En simultáneo, el asesinato de José Encarnación Velaztiqui, padre del susodicho, en Chaco, provincia natal de este, que entonces tenía 12 años, durante un robo, parece un indicio biográfico atendible, pero desconectado de la hecatombe y demasiado remoto.

En cambio, el hecho de que el fusilador cargó su pistola con postas adulteradas tiene cierta contundencia: demostraría que el hombre salió de su casa de la localidad de Plátanos, partido bonaerense de Berazategui, decidido a matar. Además, la crueldad mecánica con que perpetró el aniquilamiento, arrastró a dos de los caídos, plantó el puñal, utensilio ajeno a la gasolinera, y denunció un supuesto atraco, permitiría ir algo más lejos; acaso conjeturar que repitió una práctica que en el pasado había urdido de manera reiterada y sistemática.

Abuelas de Plaza de Mayo, Argentina (Abuelas.org).

El bar de la estación de servicio de Gaona y Bahía Blanca. La entrada tenía tres escalones.

La foja de servicios del convicto indica que su trayectoria comenzó en 1965 y tuvo un paréntesis entre 1990 y 1993, cuando fue pasado a disponibilidad. Su marginación había sido progresiva y había empezado con dos procesamientos: el primero en 1981, por vejaciones y apremios ilegales contra simpatizantes del Club Atlético Nueva Chicago que loaron un triunfo cantando la Marcha Peronista, y el segundo en 1982, por los menores de edad que estaban en ese grupo. En 1985 fue absuelto de ambas causas. No obstante, aunque hubiera sido sancionado, las acusaciones referidas pertenecen a un rango sobradamente menor que el exhibicionismo sanguinario que desplegó el 29 de diciembre de 2001.

Hay que viajar algo más hacia el pasado, hasta 1977, para encontrar el vestigio más revelador del epítome. Ese año, el homicida múltiple aprobó el Séptimo Curso de Instrucción Contrasubversiva de la Policía Federal, un adoctrinamiento obviamente destinado a quienes efectuaban la guerra sucia.

“Velaztiqui siempre hablaba de Videla y de Bussi”, contó un vecino de Plátanos. “Decía que estuvo peleando contra la subversión en Tucumán, durante el Operativo Independencia”, según otro lugareño. —Se jactaba de haber sido chofer de Videla y haber participado en el Operativo Independencia con Bussi en Tucumán —constata Diana Gagliano, periodista— sus años de ascenso fueron los más duros de este país, lo cual sugiere que el hacía las cosas bien, entre comillas —aduce. “El accionar de Velaztiqui denotaba de algún modo”, infirió Nenina Bouillet, de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, “aunque no lo pudiéramos comprobar en el primer momento, que había participado en la represión del terrorismo de Estado”.

Fuentes

El autor ha conversado repetidamente con Elvira, Silvia y Sandra. También con Gagliano, autora de una investigación publicada en la revista barrial Multiflores que anticipó el proceso jurídico. El resto de quienes integran la ACMdD hizo también aportes considerables.

El cronista ha coincidido asimismo con otros actores clave. Angélica y Enrique Matassa. Omar, Pablo y Tomás: papá, hermano y sobrino de Maxi. El Chato, Graciela y Sonia: padre y hermanas del Gallego (las dos últimas se apellidan Roldán, pues son fruto de un primer matrimonio de Elvira). Bella, la madre de esta, y Celina y Marta, las hermanas. Betty, Cristina y Sofía, amigas de Silvia. La primera, Betty Ledesma, es una presencia cotidiana junto a la mamá de Maxi.

El relato toma en cuenta la causa judicial (Velaztiqui, Juan de Dios…) y la cobertura periodística (por ejemplo: Rodríguez, Carlos…, 30/12/2001; Abiad, Pablo…, Clarín; “Bronca y…”, Clarín). Los documentales cinematográficos de Ceballos y Castro son otro aporte destacado.

La identidad de Coronel y su diagnóstico se encuentran en los diarios (Barbano, Rolando…, Clarín, y “Hubo doce…”, La Nación). La escena de la golpiza fue observada en el archivo de Crónica TV (“Emisión en…”) y se apoya en el resumen meteorológico (“El tiempo”, La Nación), que predice cielo claro a parcialmente nublado, viento este de hasta 25 km/h y una temperatura de entre 22 y 29 grados.

La lista de 39 muertos por las fuerzas estatales en diciembre de 2001, incluidos Cristian, Adrián y Maxi, es corroborada por el film de Velázquez. Las aserciones de Maxi antes del horror y las de Sandra inmediatamente después fueron recordadas por esta. Además, hay detalles que aparecen en las noticias (Rodríguez, Carlos…, 25/2/2003) y el largometraje de Ceballos. También en la prensa están las palabras de Quique (Piotto, Alba… Clarín). Las expresiones del reo en el instante previo a la masacre fueron reproducidas por Bravo durante el juicio (Rodríguez, Carlos. «Arma para…».

Algunos pormenores del arma manipulada por el pistolero, el cuchillo y la foja de servicios (legajo personal 166.017) se encuentran asimismo en los diarios (Rodríguez, Carlos. “Arma para…”; Piscetta, Juan… Infobae.com; “Una testigo…”, Clarín). La comunicación telefónica del asesino fue recordada en el juicio por Pedro Díaz, empleado de una gomería cercana y uno de los observadores directos (“Intento de…”, Clarín). Igualmente en las noticias están las afirmaciones de Rochaix: sobre su colaboración para mover los cadáveres (Rodríguez, Carlos. “Un nuevo…”) y respecto del comportamiento habitual de las víctimas (Rodríguez, Carlos “¿Por qué..?”).

Los golpes de la cabeza de Maxi contra los tres escalones son recordados por la encargada del bar en Fusilados en Floresta. En el mismo registro aparecen los dichos de los Matassa.

—Cuando Maxi tenía 11 años, le pronosticaron 20 días de vida por un tumor en el cerebro —cuenta la madre—; peregriné a pie a Luján para pedir un milagro y una amiga le llevó una foto de mi hijo al padre Mario [Pantaleo], que profetizó su curación; un leve temblor en una mano fue la única secuela de la cirugía; por eso, en broma, mi hijo decía que nunca podría ser cirujano; qué espantoso, justamente ahí, en la cabeza, fue el tiro de Velaztiqui.

El testimonio de Silvia fue completado con su libro Huellas y con el volumen de Calzado (cap. 5). Además, para la experiencia tanto de la mamá de Maxi como de Elvira fueron revisados los desarrollos de Rebollar (caps. 2, 3 y 4), Denissen (caps. 4, 5, 6 y 8) y De Vecchi (caps. 6 y 7).

El Protocolo de Actuación Policial para el Trasplante de Órganos en Muertes Traumáticas, sugerido por Irigaray, fue creado mediante una norma del poder ejecutivo bonaerense (Resolución 493/2017).

—Maxi había asentado en su Documento Nacional de Identidad el deseo de ser donante —explica la madre—; nosotros, sus papás, simplemente respetamos aquello.

Las amenazas contra familiares y testigos son narradas por los diarios (Messi, Virginia…, Clarín; Rodríguez, Carlos…, 20/2/2002) y el film de Ceballos. Gagliano, asimismo vecina de Floresta, padeció amedrentamientos de tal calibre que se vio obligada a emigrar a la provincia de San Luis. La virtual presencia del vástago de Velaztiqui en la Plaza de Mayo es otro aporte de la reportera. El condenado tenía además tres hijas.

La mención de las balas de punta hueca se ajusta a la Ley Nacional 20.429/1973: “La munición de proyectil expansivo (con envoltura metálica sin punta y con núcleo de plomo hueco o deformable), de proyectil con cabeza chata, con deformaciones, ranuras o estrías capaces de producir heridas desgarrantes, es material de uso prohibido para toda otra actividad que no sea la de caza o tiro deportivo”. Un antecedente extranjero es la normativa del Comité Internacional de la Cruz Roja (Declaración que prohíbe…).

El episodio de Velaztiqui con hinchas de Nueva Chicago está en los periódicos (Rodríguez, Carlos. “El asesino…”), el libro de Llitosella (pp. 36 y 37), y los audiovisuales de Ceballos y Dodero. El homicidio de José Encarnación Velaztiqui aparece en las noticias (Rodríguez, Carlos. “Hoy es…”). Los vecinos de Plátanos que descubren al rufián en virtuales contactos con Videla y Bussi hablaron con la prensa (Rodríguez, Carlos…, 6/1/2002). La aserción de Bouillet proviene de Fusilados en Floresta.

Bibliografía

Libros

Calzado, Mercedes Celina. Inseguros: El rol de los medios y la respuesta política frente a la violencia de Blumberg a hoy. Aguilar, Buenos Aires, 2015.

De Vecchi, Cecilia. En tu nombre. Dunken, Buenos Aires, 2015.

Irigaray, Silvia. Huellas. Después de la muerte de un hijo. Planeta, Buenos Aires, 2017.

Llistosella, Jorge. La Marcha Peronista. Sudamericana, Buenos Aires, 2008.

 

Academia

Denissen, Marieke. Winning small battles, losing the war. Police violence, the Movimientodel Dolor and democracy in postauthoritarian Argentina. PhD thesis in Social Sciences. Utrecht University, The Nederlands, 2008.

Irigaray, Silvia. El triple crimen de Floresta. XXIX Curso Interdisciplinario en Derechos Humanos: Justicia y Seguridad, Derechos de las Víctimas y Función Policial. Instituto Interamericano de Derechos Humanos, San José de Costa Rica, 2011.

Rebollar, Alicia Irene. Mucho más que dolor y lazos de sangre. El activismo de las víctimas en la Asociación Madres del Dolor (tesis de licenciatura en Antropología Social, Universidad Nacional de San Martín). Dunken, Buenos Aires, 2019.

 

Documentos

Velaztiqui, Juan de Dios s/homicidio simple. Damnificado: Gómez, Cristian Alfredo y otros. Causa 110135/2001. Juzgado Nacional en los Criminal y Correccional 25. Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional 13, CABA. Sentencia del 10/3/2003.

Comité Internacional de la Cruz Roja. Declaración que prohíbe el empleo de las balas que se hinchan y aplastan fácilmente en el cuerpo humano. La Haya, 29/7/1899. En Icrc.org.

Ley 20.429/1973. Armas y Explosivos. Anexo I, artículo 4°, inciso d (balas de punta hueca). República Argentina. Decreto reglamentario 395/1975.

Resolución 493/2017. Protocolo de Actuación para Fuerzas Policiales en Procesos de Ablación e Implante de Órganos y/o Tejidos Humanos. Ministerio de Seguridad. Provincia de Buenos Aires. Boletín Informativo 61, 11/6/2017.

 

Prensa

Abiad, Pablo. “Un policía retirado discutió con tres jóvenes y los mató”. Clarín, Buenos Aires, 30/12/2001.

Barbano, Rolando. “Crónica de un ataque salvaje”. Clarín, Buenos Aires, 30/12/2001.

“Bronca y dolor en el entierro de los jóvenes asesinados”. Clarín, Buenos Aires, 31/12/2001.

Messi, Virginia. “Dice que la amenazaron desde el Hospital Churruca”. Clarín, Buenos Aires, 24/7/2002.

“El tiempo”. La Nación/Economía y Negocios, Buenos Aires, 29/12/2001.

“Hubo doce policías lesionados”. La Nación, Buenos Aires, 30/12/2001.

“Intento de asalto. Gaona y Bahía Blanca. Maté a tres”. Clarín, Buenos Aires, 26/2/2003.

Piotto, Alba. “Ahora no tengo miedo, tengo bronca porque los mató por nada”. Clarín, Buenos Aires, 20/2/2002.

Piscetta, Juan. “Masacre de Floresta: a 17 años del triple crimen que marcó un barrio a fuego”. Infobae.com, Buenos Aires, 29/12/2018.

“¿Quiénes son los muertos de 2001?” Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (Correpi). En Archivodecasos.com.ar, Buenos Aires, s/f.

Rodríguez, Carlos. “Amenaza policial”. Página 12, Buenos Aires, 20/2/2002.

——————. “Arma para un torturador retirado”. Página 12, Buenos Aires, 24/2/2003.

——————. “El asesino era el famoso ‘trotador’“. Página 12, Buenos Aires, 11/1/2002.

——————. “Hoy es el juicio por los chicos de Floresta”. Página 12, Buenos Aires, 24/2/2003.

——————. “Ni Dios amansó al sargento”. Página 12, Buenos Aires, 6/1/2002.

——————. “¿Por qué me mataste a los chicos?”. Página 12, Buenos Aires, 25/2/2003.

——————. “Un custodio mató a tres chicos por festejar”. Página 12, Buenos Aires, 30/12/2001.

——————. “Un nuevo testigo del crimen”. Página 12, Buenos Aires, 11/1/2002.

“Una testigo recuerda cada detalle del crimen”. Clarín, Buenos Aires, 20/2/2002.

 

Audiovisual

Castro, Nahuel Nicolás. Por los que mataron el otro día. Tecnicatura en Artes Audiovisuales. Universidad Nacional de la Matanza / Alhorre Productora, 2023.

Ceballos, Diego. Fusilados en Floresta. Ancho Camino Films, Buenos Aires, 2006.

Dodero, Gabriel ¡Al trote! EGD Producciones/INCAA, Buenos Aires, 2012.

“Emisión en vivo desde la Plaza de Mayo”. Crónica TV, Buenos Aires, 29/12/2001.

Velázquez, Ayelén. 39. Cráneo Producciones, Buenos Aires, 2017.

Internet

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