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Con 20 mil habitantes aproximados, Aldo Bonzi es una de las localidades más modestas del partido de La Matanza. Entre 2001 y 2010, censos nacionales de población, pasó de 13.410 a 18.175 moradores; en ambos cálculos ocupa el puesto 14 sobre 15 jurisdicciones del distrito. El paraje se caracteriza por su atmósfera pueblerina, sus viviendas bajas y sencillas, el juego de los niños en las veredas alfombradas de gramilla, los vecinos que toman mate en las mesas y los bancos de cemento de la plaza central Martín Fierro, y la división del casco urbano por las vías del Belgrano Sur. El tren nace en la ciudad de Buenos Aires, pasa por estación Aldo Bonzi y se interna en la llanura pampeana. Una bifurcación del trazado se detiene en estación Castello. La autopista Riccheri, que cruza al sureste de la zona residencial, permite llegar en auto al centro porteño en algo más de media hora. A un kilómetro y pico del caserío, en igual sentido, pasa un brazo del río Matanza, que dos kilómetros después, con la misma orientación, da en la corriente principal. Ambos flujos de agua son los límites naturales de la comarca.
Uno de los accesos automotores de Bonzi, como llaman el sitio los lugareños, es vulgarmente denominado la Entrada de los Perros, porque bordea el Centro de Adiestramiento y Crianza de Canes de la Policía Bonaerense, edificación de una planta rodeada de un parque con cerco olímpico situada al inicio y a la izquierda. Con dos carriles en cada sentido, la calle Ana María Janer, nombre legítimo de la senda, enlaza con la Riccheri y pasa bajo un puente ferroviario. “Aldo Bonzi – Bienvenidos” y “Buen viaje – Los esperamos”, se lee con mayúsculas cuadradas a uno y otro lado de la estructura superior del viaducto, en blanco sobre negro. De la autopista a la pasarela hay medio kilómetro desierto de construcciones y perfumado con el aroma de pinos, aguaribays, paraísos, dátiles y cañaverales; a la derecha se ven la alambrada y los caballos de un espacio de equinoterapia para personas con discapacidad. El zumbido del tránsito de la autopista, el ladrido de los perros y el relincho de los caballos son las únicas estridencias que alteran la quietud. En seguida del pasadizo asoman las primeras viviendas, a mano izquierda.
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Daniel, su esposa Beatriz y los hijos de ambos, Javier y Daniela
Por la Entrada de los Perros iba aquella noche cálida y estrellada Daniel Alejandro Sosa, apodado el Negro, de 33 años, padre de dos hijos, camionero de profesión y vecino de la aldea desde siempre. Volvía de la ciudad de Buenos Aires en su automóvil, un Volkswagen Gol patente CJR 651 recién estrenado color nieve. El coche avanzaría solitario con un resplandor que lo haría fosforecer, debido a que llevaría las luces encendidas y a que su pintura lustrada multiplicaría el efecto de las farolas municipales erguidas en tres filas: una en medio y dos en los flancos de la rúa.
Daniel vestía el atuendo de trabajo: camisa y pantalón azules de algodón, estilo Grafa, y zapatos con suela de goma y punta reforzada con aluminio. Manejaba con cierta molestia, pues le dolía el tobillo derecho por un esguince leve. La lesión, que lo había obligado a retirarse de su empleo nocturno en la empresa de transporte Expreso Ruta 12, cuyos galpones quedan en el barrio porteño de La Boca, había sido diagnosticada por los médicos encargados de la guardia del Hospital Británico, en el de Constitución.
Su especialidad como chofer era el acarreo de combustibles líquidos, un rubro que usa furgones gigantescos, habitualmente con acoplado. Como era menudo físicamente, lucía diminuto al volante de uno de aquellos mastodontes con ruedas, cuya conducción exige una capacidad motriz óptima. El hecho de que ejercía su oficio de noche supone una demanda extra, pues la ausencia de luz solar requiere mayores visión, lucidez y reflejos en un piloto. Además, estaba curtido para lidiar con imponderables de una amplia variedad: inconvenientes en el tránsito, fenómenos meteorológicos, desperfectos en el vehículo, la posibilidad de incendios y explosiones considerables, o el virtual asalto de criminales atraídos por su cargamento.
Tras doblarse el pie mientras subía al Scania color sepia modelo 2000 que tenía asignado, el camionero había decidido, por prudencia, suspender el itinerario previsto y partir hacia el centro de salud. Lo hizo en su rodado, a pesar de la lesión, porque podía pisar los pedales si lo hacía con cuidado y durante un trayecto razonable. Por otra parte, era viernes y la noche siguiente tendría franco. Si se iba en un transporte alternativo, el carro quedaría en La Boca todo el fin de semana.
Sosa habló con el teléfono móvil a la familia para ponerla al tanto del cambio de planes. Como estaba peleado con su esposa Beatriz —con quien vivían Daniela de 11 y Javier de 8, los hijos de ambos—, el conductor en ese trance se alojaba en casa de sus padres. Por tanto, allí se comunicó. El primer contacto fue a eso de las 21, desde Ruta 12. Alrededor de las 22 volvió a hablar, esta vez desde el hospital.
Circulaba entonces el Negro en su Volkswagen refulgente por la Entrada de los Perros cuando comenzó a sonar el timbre del celular, que marcaba las 23.50 del 2 de febrero de 2001; quien llamaba era Amelia Beatriz Sosa, la hermana mayor.
—¿Dónde estás, Machito? —le preguntó ella, usando el seudónimo cariñoso con que solía nombrarlo.
—Ame, estoy en el ingreso de Bonzi, me cruzaron una camioneta —la desconcertó el, nervioso.
—¿Cómo que te cruzaron una camioneta? —se alarmó ella, tanto por el contenido como por el tono de la respuesta.
—Sí, tengo unos hijos de puta apuntándome con un revólver —la sobrecogió el—; no entiendo nada.
—Te mando a buscar —decidió ella, presa del espanto, pues percibía que el otro hablaba en serio.
—Mandame al Flaco urgente —remató el; el Flaco era Omar, el menor de los cuatro hermanos Sosa; de pronto la línea se interrumpió.
Daniel (derecha) con sus tres hermanos en la primera comunión de Omar (centro); detrás están María de los Ángeles y Amelia.
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A las 23.55, según las pericias forenses, Daniel recibió un balazo en el corazón disparado a quemarropa, desde centímetros. Minutos después, a las 24.02, murió. El par adicional de proyectiles hallado en el cuerpo impactó tras el deceso, mientras estaba tirado de bruces: uno en una nalga, con daño en los testículos, y otro en una pierna. Todas las descargas fueron gatilladas desde el mismo arma: un revólver Taurus calibre 38 que pertenecía a Ramón Aníbal Olivera, de 59 años, suboficial principal de la Comisaría Primera de San Justo —localidad cabecera de La Matanza— y, como el difunto, habitante antiguo de Bonzi.
El cadáver apareció en la calle San José, a casi un kilómetro del comienzo de la Entrada de los Perros y a 20 metros del domicilio del policía, un sitio relativamente guarecido, pues toda la vereda opuesta a la casa tiene un tapial que alcanza ocho metros de altura: el contrafrente de unos talleres que en ese tiempo eran propiedad de Spinazzola, fábrica de enseres para exposiciones. A un lanzamiento de piedra de allí, en la intersección de San José y Migueletes, está el margen sur del trazado urbano, que limita con tierras que pertenecen al tren.
El escenario del crimen. Marca 1: puente ferroviario de la Entrada de los Perros. Marca 2: casa de Ramón Olivera. Línea blanca: recorrido del vehículo de Daniel (Google Maps).
El cuerpo habría sido trasladado en la Ford Ranger 4×4 plateada con vidrios oscuros del efectivo, que tenía sangre de Sosa en el parante de una puerta, y en unos guantes de cuero y un trapo localizados dentro. Además, el exterior de la camioneta presentaba cuatro hurgonazos de otro pertrecho, encontrado junto al cadáver: una pistola Beretta 6.35 que carecía de patente —era ilegal— y de las huellas dactilares de la víctima. Daniel, de todas formas, no tenía restos de pólvora en las manos y ni siquiera sabía disparar. Las descargas sobre el vehículo fueron efectuadas en la calle San José. La repetición se escuchó desde todos los rincones del pueblo. El estampido redundante sobre la chapa se propagó con un eco particular. Algunos imaginaron una batería de pirotecnia encendida con motivo de alguna celebración.
Olivera estaba con licencia médica como resultado de una herida de bala que había recibido un lapso atrás cerca del vientre. Dos pequeñas bolsas que le colgaban del sector lastimado hacían evidente la cura que le aplicaban. “Vivía en estado de shock, ya que seis meses antes había sido baleado por delincuentes que me interceptaron en la puerta de mi chalet cuando circulaba en la misma 4×4”, contará; “estuve grave y sufrí tres intervenciones quirúrgicas, para luego quedar internado en el hospital Churruca 23 días y seguir en tratamiento durante 100 días más”. En esas condiciones, para el policía era difícil conducir o gatillar e imposible mover un cadáver. Además, el relato telefónico de Daniel a su hermana había sido que “unos hijos de puta”, o sea más de una persona, lo habían emboscado. Esto fortalece la conjetura de que Roque y David, hijos de Ramón y también miembros de la Bonaerense, participaron en la emboscada.
«Vi la Ranger llegar despacito del lado de la Entrada de los Perros con los vidrios cerrados», contó Luis Sierra, vecino de 15 años, «estacionó frente a la casa de los Olivera; el Gol blanco iba un poco más adelante; yo estaba con un pibe ahí nomás; al ratito escuchamos tiros y fui en mi bicicleta; mi amigo se quedó; vi a Daniel tirado en la calle, como muerto; estaban Roque, David y el padre; con ropa común; apenas me vio, Roque me apuntó con el revólver y me dijo: tomatelá, porque te bajo como a este negro».
El chico Sierra es el único espectador directo que dio testimonio a las autoridades, inicialmente acompañado por sus padres. Pero habría más personas que presenciaron la escena. La familia Sosa sabe de una señora que paseaba el perro en las cercanías; otra mujer que vivía en un pasillo al fondo; un hombre que se quedó escondido detrás de un árbol; y un chango que habría observado todo desde la terraza.
El chalet de una planta de la izquierda es la casa del asesino; la flecha señala el lugar en el que fue arrojado el cuerpo de Daniel, a la altura del auto gris (Google Maps).
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—Mi hijo era un camionero, un negrito, por eso me costó hallar justicia —suspira Elsa del Carmen Gómez de Sosa, mamá de Daniel y la más longeva de las fundadoras de la Asociación Civil Madres del Dolor—; ante un caso de violencia institucional, el Estado siempre se cubre y actúa de manera corporativa; hay que demostrar al Poder Judicial que el muerto era inocente; hasta el ministro de Seguridad de turno tapa los desmanes y se hace cargo de los bandoleros de uniforme.
Es una mujer nacida en la ciudad de Catamarca, pequeña de estatura y de cabello corto ceniza; habla entrecerrando los ojos negros, ardorosa y convincente, recordando cómo empezó su reclamo; una lucha en la que la acompañó su marido Miguel, papá de los chicos, hoy jubilado como responsable del bar de El Cultural, un club de los alrededores. Durante años, ella colaboró como ciudadana en dos organismos: el Centro Bonaerense de Protección de los Derechos de las Víctimas y el Programa Nacional de Lucha Contra la Impunidad.
Elsa está sentada tras un escritorio en la recepción de la sede de la ACMdD. A su lado, en una cartelera de corcho, entre papeles de diversos colores y tamaños con anotaciones hechas a mano, un afiche proclama: “Me puedo caer, me puedo herir, puedo quebrarme, pero con eso no desaparecerá mi fuerza de voluntad. Cualquiera que sea la pregunta, la respuesta es el Amor. Cualquiera que sea el problema, la respuesta es el Amor. Cualquiera que sea la enfermedad, la respuesta es el Amor. Cualquiera que sea el dolor, la respuesta es el Amor. Cualquiera que sea el miedo, la respuesta es el Amor. El Amor es siempre la respuesta… Porque el Amor es todo lo que existe. Madre Teresa de Calcuta”.
En una pared con retratos de numerosos niños y jóvenes de ambos sexos rehenes de la iniquidad se ve la cara de Daniel, que mira de frente sin expresión, como en una foto tipo carnet. Las pupilas oscuras, el rostro alargado, la piel morena, y el pelo al ras y abundante, hasta mitad de la frente, son herencias evidentes de su progenitora.
—Esa noche, el médico de la ambulancia que se llevó el cuerpo de mi hijo me aconsejó que buscáramos un abogado porque había algo raro —recuerda Miguel, un hombre de ojos marrones, piel más pálida que la de su mujer, cabeza calva y estatura también inferior a la media; está parado junto a ella una mañana soleada en que ambos participan de un concurrido homenaje a Marcela Brenda Iglesias en el paseo homónimo.
Ramón Aníbal Olivera.
El dueño del calibre 38 fue arrestado y quedó bajo el régimen de prisión preventiva. Tres meses después, la Cámara de Apelaciones de La Matanza, por supuesta falta de pruebas, liberó al entonces sospechoso, que volvió a trabajar y vestir el atavío institucional. En el hogar lo recibieron su esposa Inocencia y los seis hijos de ambos: Roque, David, otros dos varones —luego también policías— y dos chicas.
—Mi experiencia fue terrible, era una simple mamá ante todo un sistema y ante un buen vecino —continúa Elsa en referencia a la Bonaerense, Ramón y la frecuencia con que los crímenes cometidos por agentes de las fuerzas gubernamentales quedan impunes. La calificación irónica de buen vecino denota uno de los aspectos más duros de la odisea de la familia Sosa: la resistencia social, burocrática y política a investigar y condenar a quienes ostentan cargos y atuendos. Por todo esto, hasta que se hizo el juicio y luego también, la ascendente de Daniel empapeló Bonzi con volantes sobre la muerte de su hijo y los presuntos autores del homicidio.
Miguel y Elsa, padres de Daniel, reclamando justicia en la época del juicio, 2004 (Página 12).
“Reza todas las mañanas frente a la casa del suboficial acusado de asesinar a su hijo”, tituló el diario La Nación a dos meses del drama. “Son las 8.30 y, como todas las mañanas, Elsa Gómez de Sosa, madre de la víctima, reza. En silencio. Cada tanto, dirige su mirada hacia el inmueble de la familia Olivera”, relata la noticia. “La mujer lleva un rosario blanco colgado del cuello y una bolsa llena de afiches con la foto de su vástago. Hay carteles en las paredes y en los postes de luz. La mujer los pega al mismo ritmo con el que son arrancados”, describe. “Entre restos de los carteles que fijó, se alcanza a leer: ‘Si se meten con mis hermanos, mejor empiecen a cuidar a sus hijos’. Acaso una amenaza de los Olivera”, alerta, señalando el peligro al que se exponía la señora.
Varios fueron los atentados directos contra la ascendente del Negro; todos protagonizados por hombres a bordo de automóviles; la mayoría, mientras ella caminaba en la vía pública, sola o acompañada de una nieta, engrudando panfletos sobre la tragedia. Una vez, un coche se le fue encima, le impactó una pierna y le provocó una fractura; como consecuencia, Elsa estuvo meses enyesada. En una oportunidad posterior, pudo escapar de otro vehículo que la acosaba porque un vendedor ambulante intervino sonando su silbato. Tiempo después ocurrió la agresión más violenta, según cuenta ella:
—Estaba adhiriendo un impreso en el árbol frente a su casa y llegó Roque en auto; se bajó, arrancó el papel, lo hizo un bollo y me lo lanzó en la cara; lucía ropa policial y armado; puse otro libelo en el parabrisas; lo sacó, lo tiró y se subió al vehículo; entonces le exigí que me mirara; le advertí que nunca se iba a olvidar de mí y lo señalé: mi corazón me dice que vos lo mataste y tu papá se hizo cargo, sé que vos lo liquidaste; en ese momento arrancó con todo y me pegó en el vientre; terminé en terapia intensiva en el Hospital Durand.
Daniel Alejandro Sosa.
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El juicio se realizó en 2004 en el Tribunal Oral Criminal 3 de La Matanza. Ramón, único acusado, se presentó en libertad y con el uniforme color índigo. De contextura regular, ingresó a la sala con gesto adusto y la gorra de servicio en una mano, sin levantar la mirada de sus pupilas avellana. La cara de tez rosada parecía de mármol bajo la pelambrera corta y nutrida, el bigote francés, y las cejas azabache. Sus hijos Roque y David se mostraron entre el público también con indumentaria policial.
«Sosa intenta robarme la Ranger frente a mi domicilio», aseveró el reo; «se cruza un auto gris adelante que me impide el paso», citó un misterioso tercer rodado; «siento que me disparan desde atrás; freno de golpe y al no apretar el embrague la Ford se me para; me agacho, siento que me tiran de nuevo; me bajo de la camioneta para retroceder; cuando voy caminando digo policía y gatillo contra el sujeto a un metro o menos de distancia; después no toco nada, me voy a mi casa y llamo a la Comisaría».
El hombre fue incapaz de sostener la coartada cuando los magistrados le pidieron detallar el sitio de los actores, los carros y los balazos. La palabra del entorno del fallecido y sobre todo de Luis Sierra, ahora mayor de edad, terminó de complicar al sargento.
«No concuerdan la fuente de fuego que le asignan a Sosa y el curso de los impactos presentes en la camioneta», afirmó el perito balístico; «esto se define como incompatibilidad; para que haya coincidencia habría que mover la Ranger un metro y medio o dos hacia adelante; por la altura, la mayoría de los disparos fue desde la cintura, así requiere cierto entrenamiento hacer blanco; de lo contrario, se puede tener a una persona a dos metros y fallar».
«Para recibir esos tiros, Daniel debió encontrarse de costado», argumentó el médico forense; «no hallo explicación para la posición de los pies, ya que siempre quedan en el lugar donde la víctima estaba antes de morir y aquí se ubicaban debajo de la camioneta; Sosa nunca pudo ponerse en ese sitio; otra curiosidad es que Olivera apuntó de abajo y luego de arriba o viceversa acorde la trayectoria de los balazos».
—Quedó demostrado que Daniel es inocente y que el agresor lo fusiló para luego fraguar un enfrentamiento —sintetiza Gabriel Norberto Becker, abogado de la querella—; lo asesinaron a mansalva y lo llevaron arriado; gatillaron cuatro tiros con otro revólver contra la 4×4 y le plantaron ese artefacto; nunca sabremos quién lo ejecutó; para mí, el viejo cubrió a Roque; también estaba David; Ramón mintió; en el tribunal se hizo un simulacro, trató de ubicarse en el lugar, su relato fue incompatible con la reconstrucción en el escenario y con las pericias balísticas; el testigo de cargo determinante es Luis Sierra, que se la jugó realmente; las llamadas entre la familia Sosa y el celular del Negro, de las 21 a las 23.50, fueron confirmadas por las compañías telefónicas.
—Daniel trabajaba de sol a sol —argumenta Miguel—; ganaba relativamente buena plata, que le alcanzaba para mantener a su familia y que le permitió comprarse un cero kilómetro; nuestro hijo no era ladrón como dijeron los Olivera; tenía su empleo, no sabía disparar y además odiaba las armas.
Elsa y Miguel, padres de Daniel, en la actualidad.
El poseedor del Taurus fue castigado con 18 años de cárcel por homicidio simple. “En orden a la solicitud de la fiscal de juicio [Gabriela Risutto]”, agrega el fallo, “se pide extraer testimonios respecto de David y Roque Olivera”. Sin embargo, estos nunca serán indagados. El convicto, que había ido a las cinco jornadas del debate, faltó a la lectura de la sentencia. Al cabo de algunos días fue declarado fugitivo. El Gobierno ofreció una recompensa de 30 mil pesos, el salario anual de un trabajador argentino promedio, que luego subió a 50 mil.
—Lo más atinado era que hasta el dictamen se pusiera al menos un agente de consigna —opina Becker—; la investigación para hallarlo fue increíblemente encomendada a sus pares y existió una notoria actitud corporativa que impidió ubicarlo; Ramón tenía la banca del comisario de San Justo; con la esposa y la mamá de Daniel visitamos a [León Carlos] Arslanián, en ese tiempo ministro de Justicia y Seguridad de la provincia, que nos dijo: esto no va a quedar así, lo vamos a agarrar.
—Olivera tenía cuatro hijos y eran todos policías —plantea Elsa—; si ellos estaban en la fuerza, cómo se pudo pretender que ese mismo ente lo buscara.
Pasaron más de tres años hasta que en 2007 el rufián fue detenido en la ciudad de Bragado, a unos 200 kilómetros de Bonzi; habitaba una vivienda precaria, usaba una identidad apócrifa —Juan Preto o Pretto—, se había dejado crecer la barba y andaba en bicicleta. Lo descubrió un policía del barrio que dijo haber visto su retrato en televisión. Elsa Gómez había sido entrevistada por Prófugos, una emisión para la pantalla chica que se difundía en la provincia. Algo después, el recluso fue beneficiado con la prisión domiciliaria por su edad y supuestos inconvenientes de salud. Roque y David siguieron trabajando en la Bonaerense. En 2011, el primero fue ascendido a subjefe de la Comisaría Séptima del partido de Morón.
Daniel con meses de vida.
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Puede parecer absurdo que la víctima y sus oponentes ignoraran la identidad de quien o quienes tenían delante en el momento crucial, tomando en cuenta que eran vecinos añejos en un poblado reducido. Una respuesta posible para este enigma es que el Gol era nuevo y por tanto desconocido en la zona; otra, que el hecho ocurrió en un horario en el que Sosa habitualmente navegaba a bordo del Scania. De cualquier forma, si los Olivera cometieron un error acerca de quién era el emboscado, se desengañaron apenas pudieron verle el rostro con nitidez. El camionero, por su parte, quizás se reservó los nombres de los atacantes, en la comunicación telefónica con su hermana, esperanzado de que aquellos se sintieran menos expuestos y evitar así un desenlace fatal.
Daniel en el jardín de infantes.
Pero lo que más intriga a los conocedores del caso es cómo pudo Ramón ser propietario de una 4×4, valuada en 45.000 pesos, si su salario era de 820 mensuales. El tribunal, al condenarlo por homicidio simple, además de ignorar la condición de policía del agresor —que implicaría cadena perpetua—, la necesaria participación de otros actores —en apariencia también agentes estatales—, el complot para dar vuelta las pruebas y la violencia posterior hacia la familia del muerto, descartó otras presunciones. Por ejemplo, que el o los asesinos participaran en alguna de las catervas que en esa época se dedicaban a robar autos en el Conurbano para venderlos a desarmaderos clandestinos. Se trata del delito más común en ese tiempo entre los miembros de la Bonaerense pescados en actividades ilícitas, tomando en cuenta estadísticas del Ministerio de Seguridad provincial.
—Los Olivera invirtieron la acusación, ellos actuaban como ladrones de coches o piratas del asfalto —asegura Elsa—, es la hipótesis que sostenemos desde que ocurrió el crimen.
El supuesto abre un abanico de posibilidades: quizás atacaron a Daniel para hurtarle el vehículo; o acaso lo confundieron con un forajido rival y quedó en medio de una interna; de hecho, el episodio inescrutable en el que Ramón había sido baleado meses antes, han especulado los investigadores, podría tener las características de un ajuste de cuentas.
En 2001 en la Argentina fueron robados 51.246 autos; esto es, uno cada 10 minutos; el 93 por ciento en la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires; de acuerdo con cifras del Registro Nacional del Automotor. El 40 por ciento de esos vehículos se destinó al desguace, o sea que fue cortado en desarmaderos, según la Secretaría de Seguridad de la Nación. Destinos alternativos habituales eran su uso en otros delitos; su transformación en mellizos o en remises truchos; y su venta a países limítrofes, principalmente Paraguay; tomando en cuenta información de la Policía Federal. Igual cantidad, 40 por ciento, son las veces que tales hechos ocurrieron a punta de pistola, calcula el Centro de Experimentación y Seguridad Vial (Cesvi). Una modalidad extendida era el llamado robo peaje, que consiste en obstaculizar de alguna manera el camino para que la víctima tenga que parar su rodado. En tal marco, la peor coyuntura le tocó al partido de La Matanza. Tomando números de la Fiscalía General del distrito, con 7.752 crímenes de esta clase, lo que supone cerca de uno por hora, en 2001 fue la jurisdicción del país en la que se levantaron más coches.
Fuentes
El cronista charló con Elsa y personas de su entorno en reiteradas ocasiones. También con Becker y su socio David Berstein. Entre los allegados de la mamá de Daniel se destaca el diálogo con Miguel y su nieta Florencia, la misma que caminaba con ella pegando volantes por Bonzi. Además, el autor ha coincidido con Amelia, María de los Ángeles y Omar, los hermanos de la víctima; asimismo, con el resto de los integrantes de la ACMdD.
El relato se apoya en la causa judicial (Olivera, Ramón Aníbal…), la visita de los escenarios y el Servicio Meteorológico Nacional (“El tiempo”, La Nación), que predice una jornada parcialmente nublada y brumosa, una temperatura máxima de 30 grados y un viento noreste tornando al suroeste de hasta 25 km/h. La mujer recuerda la noche de la tragedia como estrellada y la narración da crédito a su palabra.
—Soy la menor de siete hermanos; la shulka, como se dice en quechua; mi madre se llamaba Petrona Hortensia del Socorro Barrojo Tula Zamorano Romero de Romero; tras enviudar, emigró de Catamarca con nosotros alrededor de 1950 escapando de la miseria y se radicó en La Matanza con ayuda de la Fundación Eva Perón; se jubiló como enfermera del Hospital Ramos Mejía de la Capital Federal; yo tenía 17 años cuando me casé con don Sosa; trabajé de empleada doméstica en paralelo con la crianza de los cuatro niños; mi marido empezó de cartonero y botellero con un carro tirado a caballo.
La estadística demográfica está en los Censos Nacionales de Población de 2001 y de 2010. Los guarismos de 2022 aún se ignoran.
Los desarrollos de Rebollar (caps. 2, 3 y 4), Artola (pp 259-266) y De Vecchi (cap. 8) han servido para completar el contexto. Igual que el estudio de Denissen (caps. 5 y 8).
El esguince quedó registrado en la historia clínica del Hospital Británico, que incluye una radiografía realizada por los médicos de guardia. Varios empleados de Ruta 12 ratificaron durante el juicio detalles sobre la dobladura de Daniel y su trabajo cotidiano.
El contacto telefónico entre la víctima y su hermana fue reproducida por esta. Esa llamada fue la última de una serie que comenzó a las 21, cuando el camionero avisó a sus parientes que iba al hospital. Todas las comunicaciones, con horario y duración, están en los resúmenes de las firmas Movicom —celular del muchacho— y Telefónica —hogar de Elsa—.
—Roque manejó el Gol hasta la calle San José —elucubra la mujer—; David lo siguió al mando de la Ranger, con Ramón de acompañante y el cuerpo de Daniel atrás; los dos disparos posteriores a espaldas de mi hijo fueron en el lugar del hallazgo, probablemente para que sangrara y los peritos establecieran ahí el deceso; al tiempo caminamos la Entrada de los Perros buscando vestigios; sin resultado; ellos habían hecho limpieza; por tanto, ignoramos el sitio exacto del fusilamiento.
La impunidad de la Policía es descripta por el Centro de Estudios Legales y Sociales, y Human Rights Watch (Apartado III: Procedimientos y prácticas que favorecen la brutalidad policial, pp. 38-53).
Para presentar la lucha de la protagonista fue esencial la crónica citada (“Reza todas…”, La Nación). También coberturas suplementarias sobre las agresiones contra ella (“Víctimas, una…, Aldo Bonzi Hoy; “‘Seguiré denunciando…’”, Diario Popular; “La riesgosa…”, Página 12) y otros aspectos del caso (“Quedó libre…”, Diario Hoy; “Piden 23…”, La Nación; Sassone, Martín…, 20 y 30/4/2004; Aranda, Darío…, Página 12).
Las recompensas fueron publicadas por el Ministerio de Seguridad Bonaerense (resoluciones 1150 de 2004 y 19 de 2006). El estipendio anual argentino promedio es una cifra oficial (“Los sueldos…”, Clarín).
La captura posterior se nutre de otra cobertura periodística (“La Policía…”, Bragado-virtual.com).
El nombramiento de Roque en Morón fue denunciado por la ACMdD (“Escandaloso ascenso…”, Asociacionmadresdeldolor.blogspot.com.ar).
El agravante de la condición de policía de el o los asesinos figura en el artículo 80, inciso 8, del Código Penal de la Nación: “Se impondrá reclusión perpetua o prisión perpetua al que matare abusando de su función o cargo, cuando fuere miembro de las fuerzas de seguridad, policiales o del servicio penitenciario”.
El recibo de sueldo de 820 pesos está en la causa judicial.
De las noticias fueron extraídos asimismo el dato sobre policías procesados por el robo de autos (Morosi, Pablo…, La Nación) y el panorama general sobre este delito (“Robo de…” y “La mayor…”, ambos de Clarín; y Rodríguez, Fernando…, La Nación).
Bibliografía
Libros
Artola, Analía Yael. Mujeres de La Matanza. Colección La Matanza, mi lugar. Secretaría de Cultura y Educación, Municipio de La Matanza, 2009.
Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y Human Rights Watch (HRW). La inseguridad policial. Violencia de las fuerzas de seguridad en la Argentina. EUDEBA, Buenos Aires, 1998.
De Vecchi, Cecilia. En tu nombre. Dunken, Buenos Aires, 2015.
Academia
Denissen, Marieke. Winning small battles, losing the war. Police violence, the Movimientodel Dolor and democracy in postauthoritarian Argentina. PhD thesis in Social Sciences. Utrecht University, TheNederlands, 2008.
Rebollar, Alicia Irene. Mucho más que dolor y lazos de sangre. El activismo de las víctimas en la Asociación Madres del Dolor (tesis de licenciatura en Antropología Social, Universidad Nacional de San Martín). Dunken, Buenos Aires, 2019.
Santamaría, Rosana ¡Justicia a la Justicia! Estudio etnográfico sobre los reclamos de justicia de la Asociación Civil Madres del Dolor. Tesis de Maestría en Antropología Social. Universidad Nacional de San Martín, Argentina, 2014.
Trincheri, Marcela Inés. Las concepciones de derechos humanos que subyacen en las praxis de las organizaciones de familiares de víctimas de la violencia institucional surgidas en democracia. Tesis de Maestría en Derechos Humanos. Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Universidad Nacional de La Plata, Argentina, 2013.
Documentos
Instituto Nacional de Estadística y Censos. Censo Nacional de Población, Viviendas y Hogares. 2001 y 2010. República Argentina.
Ley 25.816/2003. Introducción del artículo 80 y otros sobre las fuerzas estatales al Código Penal de la República Argentina. Boletín Oficial 9/12/2003.
Resolución 1150/2004. Recompensa de 30 mil pesos por Ramón Aníbal Olivera. Ministerio de Seguridad. Provincia de Buenos Aires. Boletín Informativo 25, 23/7/2004.
Resolución 19/2006. Recompensa de 50 mil pesos por Ramón Aníbal Olivera. Ministerio de Seguridad. Provincia de Buenos Aires. Boletín Informativo 5, 17/1/2006.
Causa 920/2002. Olivera, Ramón Aníbal. Tribunal Oral Criminal 3 de San Justo. Provincia de Buenos Aires, sentencia del 29/4/2004.
Prensa
Aranda, Darío. “Una fuga antes de la condena”. Página 12, Buenos Aires, 30/4/2004.
“El tiempo”, La Nación/Economía y Negocios, Buenos Aires, 2/2/2002.
Sassone, Martín. “Juicio oral en La Matanza a un policía acusado de gatillo fácil”. Clarín, Buenos Aires, 20/4/2004.
——————. “Lo condenaron a 18 años por un caso de gatillo fácil y escapó”. Clarín, Buenos Aires, 30/4/2004.
“Escandaloso ascenso para un policía bonaerense implicado en un crimen”. Asociacionmadresdeldolor.blogspot.com.ar, Buenos Aires, 13/6/2011.
“La mayor cantidad de robos ocurren en La Matanza”. Clarín, Buenos Aires, 24/3/2002.
“La Policía de Bragado detuvo a suboficial prófugo de la Justicia”. Bragado-virtual.com, Bragado, 3/9/2007.
“La riesgosa misión de denunciar a la Bonaerense”. Página 12, Buenos Aires, 23/9/2002.
“Los sueldos son más altos que en el 2001 pero rinden menos”. Clarín, Buenos Aires, 20/6/2004.
Morosi, Pablo. “El delito que más creció: robo de autos”. La Nación, Buenos Aires, 29/11/2002.
“Piden 23 años de prisión para un policía acusado de gatillo fácil”. La Nación, Buenos Aires, 27/4/2004.
“Quedó libre un policía que mató de tres balazos a un inocente”. Diario Hoy, La Plata, 14/5/2001.
“Reza todas las mañanas frente a la casa del suboficial acusado de asesinar a su hijo”. La Nación, Buenos Aires, 3/4/2001.
Rodríguez, Fernando. “Disminuyó un 26,9% el robo de vehículos”. La Nación, Buenos Aires, 15/2/2004.
“Robo de autos, un negocio de más de 500 millones al año”. Clarín, Buenos Aires, 24/3/2002.
“‘Seguiré denunciando; no olvido, no perdono’”. Diario Popular, Buenos Aires, 1°/2/2013.
“Víctimas, una y mil veces”. Aldo Bonzi Hoy, Aldo Bonzi, 22/5/2009.
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