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Nora Ester Ribaudo y Eduardo Rubén Iglesias se conocieron en 1980, cuando coincidieron como compañeros de trabajo en la sede central argentina del Banco de Boston, ubicada a una cuadra de la Plaza de Mayo. Para ambos, jóvenes que se iniciaban en la profesión y habían sido contratados como simples auxiliares, al comienzo habrá sido sobrecogedor internarse de forma cotidiana en aquel edificio histórico y arrogante, símbolo de la aristocracia bursátil internacional. La fachada de estilo neoplateresco, realizada en piedra caliza gris, material de contextura áspera, opaca y porosa, maquilla una de las joyas arquitectónicas de la city porteña. Sobre la entrada principal, en la ochava de las calles Florida y Diagonal Norte, el relieve de la arquería contiene una figura femenina semidesnuda con la impronta del Romanticismo. La mujer posa sentada en un trono mirando de frente hacia el exterior mientras toca la lira escoltada por dos personajes masculinos, uno a cada lado.
El entorno urbano inmediato de la obra multiplica su fascinación. A pocos metros, en la plazoleta de la esquina, sobre la misma vereda de cemento, se eleva, labrado en piedra de tinte similar, un monumento art déco de Roque Sáenz Peña. La estatua muestra al presidente argentino igualmente sentado, observando el infinito, con bigote espeso de puntas aguzadas, un libro en las manos, frac y capa. Posterior a la efigie hay tres íconos adicionales: un hombre, una mujer y un niño con diversos simbolismos.
Nora y Eduardo, que habían ingresado al banco con solo meses de diferencia, compartían la jornada vespertina nocturna y hacían tareas operativas internas, sin contacto con el público. Cada uno manipulaba una National Cash Register, máquina electrónica a la que ellos mismos regularmente debían cargar tinta, y clasificaban cheques por institución financiera de origen en un palomar o estantería, entre otras responsabilidades.
—¿Querés ser mi novia? —le espetó el sorpresivamente, promediando el año de labores compartidas, una noche templada, a la salida de la oficina. Con el argumento de que se sentía enfermo, se había retirado más temprano, había aguardado de incógnito en la calle y había tomado a la chica completamente desprevenida. El abordaje había requerido cierto ingenio, porque el horario cotidiano establecido disponía que ella saliera 45 minutos antes y el momento de la vuelta a casa era la única ocasión que el muchacho tenía a su alcance para hablarle a solas. Como consecuencia, ella se había visto obligada a realizar la faena que su compañero había dejado pendiente.
Desde sus universos de roca, la dama desarropada de corte romántico y el perfil contiguo de Sáenz Peña contemplaron inmutables la escena. En el ambiente predominaba la bulla automotor de taxis, colectivos, motocicletas y diversos vehículos que circulaban, algunos sosegada y otros vertiginosamente, sobre la avenida Diagonal Norte. Ninguno de los conductores se percató de la sigilosa escaramuza sentimental. Tampoco los transeúntes que caminaban absortos sobre la peatonal Florida. Mientras Nora buscaba las palabras con que responder el súbito embate de su pretendiente, ambos caminaron codo con codo la cuadra y media que dista la parada del colectivo 56, que la llevará a ella de regreso hacia el hogar que compartía con sus hermanas y padres, en el barrio de Villa Lugano. Eduardo, luego, tomará a pocos metros el 105 con destino hacia Villa Devoto, donde vivía con la madre. Los carteles con el número de cada micro continúan sobre la primera cuadra de la Avenida de Mayo.
Para el casamiento, que realizaron en 1984, eligieron la zona de ella. La ceremonia religiosa, a la que asistieron varios compañeros del banco, se hizo en la parroquia del Niño Jesús, frecuentada por la familia Ribaudo. El primer techo que compartieron fue un departamento de Lugano 1 y 2, complejo de monoblocks situado en un suburbio proletario del barrio. Al tiempo se mudaron al primer piso de una modesta construcción de dos plantas, localizada justo frente al templo en el que se prometieron fidelidad incondicional para toda la vida. A continuación, tuvieron que ejercitar la paciencia hasta el 19 de octubre de 1989, cuando nació su única hija, Marcela Brenda, tras diversos y prolongados tratamientos de fertilidad. Desde la llegada de la niña, los Iglesias sintieron que su nido de amor estaba completo.
Marcela festeja su primer año de vida con sus papás.
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—Era tan suave y dulce que su maestra del jardín de infantes le decía caramelito de miel —recuerda Nora, sentada junto al marido en la mesa del living comedor—; cuando había una pelea entre otros chicos, ella iba y ponía paz; jugaba, cantaba, dibujaba; y Eduardo le estaba enseñando a jugar al ajedrez —se enternece la madre, una mujer de gesto amable, piel clara, ojos pardos y abundante pelo ondulado caoba que parece reducirse evocando a la hija. Desde un portarretrato colocado sobre el aparador, Marcela sonríe dichosa con su cara redonda, sus ojos marrones y sus dos colitas lacias, áureas, brillantes.
Por el ventanal, en el cielo salpicado de pinceladas blancas, se ve la cruz de hierro que corona la punta gótica de la Parroquia del Niño Jesús. De ahí provienen las campanadas que de tanto en tanto despiertan el barrio de su monotonía. Con frecuencia componen un singular concierto con la bocina que llega de una cuadra más allá, la estación Villa Lugano del Ferrocarril Belgrano Sur, cuyos vagones se internan en el oeste del Gran Buenos Aires. Del lado opuesto, asimismo a unos cien metros, se despliega el puente de la autopista Luis Dellepiane, con igual dirección que el tren.
Marcela con Osi Rosi, su peluche preferido.
A principios de 1996, en la música cotidiana se ensamblaron las carcajadas de felicidad de la princesa del hogar, ansiosa por empezar la escuela; sus padres la habían anotado en el colegio San Martín de los Andes, que queda a la vuelta. Por entonces, la voz de la niña repetía de memoria la Canción del Jacarandá y otros éxitos infantiles de María Elena Walsh. Cuando le preguntaban qué iba a ser cuando fuera grande, respondía: —Profesora de mapas —como su tía María Josefina, que enseñaba geografía—, maestra jardinera —como su señorita preferida del preescolar— o veterinaria —para salvar los pingüinos empetrolados del sur argentino, mientras abrazaba compulsivamente a Osi Rosi, el peluche que la acompañaba sin tregua.
Un mes antes del inicio del ciclo escolar, el 5 de febrero, Marcela partió de excursión a los Bosques de Palermo, uno de los mayores y más distinguidos espacios verdes de la ciudad de Buenos Aires, con la colonia de vacaciones del Club del Banco Hipotecario Nacional. La niña lucía una gorra de tela íntegramente celeste, con visera y una letra M sobre la frente; un pantaloncito corto de jean; y remera, zapatillas y medias de color blanco. Igual que los miles de visitantes que recorrían entonces el predio, la pequeña sintió la caricia del sol y la brisa estival; el coro ensordecedor de teros, biguás y cotorras; y la fragancia penetrante de eucaliptus, robles y cipreses.
Marcela poco antes de la tragedia con sus papás.
Marcela Brenda, la princesa del hogar.
—Yo soy la marinerita, niña bonita del regimiento; / todos los soldados me saludan al momento / ¡En guardia! Me saludan y me dicen al pasar: / marinerita, niña bonita, yo me quisiera casar con vos; / una semana, tal vez mañana, nos casaremos tú y yo.
La hija de Nora y Eduardo y otras dos nenas coreaban la rima de pie sobre las baldosas blancas y negras, dispuestas como un tablero de ajedrez, del Paseo de la Infanta, un área de tránsito peatonal, mientras esperaban para subirse a un carrusel de dos niveles. Eran alrededor de las 14.30. El aire se saturó de repente con el alboroto del ferrocarril que circulaba por la vía aledaña. En esos segundos, sin que los menores ni los adultos que los cuidaban intuyeran el peligro o tuvieran tiempo de reaccionar, una escultura metálica de dos metros y medio de altura y 270 kilos de peso se desplomó con un mazazo que provocó un fragor similar al de un trueno. Marcela, que medía un metro con diez centímetros, pesaba alrededor de 20 kilos y se había detenido justo debajo de la mole, murió en el acto.
—Le destruyó el cráneo y la columna vertebral —se conmueve Eduardo, desde la transparencia de sus ojos color miel, sin perder la serenidad y la precisión que lo caracterizan. Es un hombre de tez igual de nívea que la de su esposa y complexión regular; en su crespa cabellera castaña asoman algunos reflejos grises. Mientras habla, toma la mano de Nora, sentados ambos en la mesa del living comedor. —Nos enteramos de lo que había ocurrido mediante una llamada telefónica realizada al banco por personal de la Comisaría 23, la más cercana a la tragedia.
Las dos chiquitas que se encontraban junto a Marcela, ambas de cinco años, se salvaron de manera portentosa. Lucía Belén Acosta Ryan sufrió fisura de pelvis y traumatismos en el pie izquierdo; Antonella Zazzarino salió prácticamente ilesa porque la abertura central de la creación artística encajó de forma providencial en su cuerpo. La Superintendencia Federal de Bomberos comprobó que el mamotreto —una u ojival o herradura de hierro fundido de diez centímetros de espesor, con dos rieles como pedestal— se encontraba corroído, oxidado y mal soldado, que tres de sus cuatro puntos de apoyo estaban sueltos, y que el único factor que pudo ejercer alguna fuerza fue el viento sur de 20 kilómetros por hora aproximados que se registraba en ese momento.
—Estábamos divididos en grupos por edades, en el nuestro éramos chicos de dos a seis años —dice Antonella—; con Marcela y Lucía éramos las más grandes; vimos la escultura; estaba muy oxidada; pasó el tren y de pronto se cayó; cuando abrí los ojos vi a Marcela aplastada y mucha sangre en el piso; los docentes entre gritos y llanto pudieron mover un poco la estatua; yo había quedado en el hueco en posición de perrito; vi a los otros chicos llorando y salí gateando para estar con ellos; un profesor agarró a Marcela del brazo y la sacó de abajo del monumento; le había aplastado la cabeza y la mitad del cuerpo; todo pasó en un segundo.
—Nadie me dijo qué había ocurrido con Antonella —se aflige la mamá, Edelmira Molina de Zazzarino, conocida como Poly—; la pequeña regresó ese día a casa, como era habitual, en el colectivo de la colonia; tenía moretones y sangre detrás de las rodillas; con mi marido pensamos que se había caído; también le dolía una de las piernitas y no la podía apoyar; en la excursión además estaban mis otras dos hijas, Mariela de siete años y Micaela de tres; cuando encendimos la televisión y pasaron algo sobre el hecho, Antonella tuvo una crisis de nervios y relacioné todo.
Los niños se encontraban a cargo de dos instructores, María José Desimone, embarazada, y Pablo Sebastián Rufino. Este se desmayó después de sacar el cuerpo de Marcela de debajo del gigante. Inmediatamente, la escena fue alterada con deliberación. Empleados del paseo trasladaron la talla y limpiaron la vereda. Poco después, operarios de la Municipalidad llegaron para desmontar el resto de las obras de arte exhibidas en el espacio.
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Portada de Crónica, 6/2/1996.
“Nena de 6 años aplastada por una escultura chatarra”, fue el rótulo mayor del diario Crónica. La frase aparece junto a una fotografía de Marcela vestida con el delantal de jardín de infantes. “Tanto los propietarios del lugar donde ocurrió el cruento hecho”, achaca la noticia, “como las autoridades del ferrocarril y los funcionarios comunales de turno empezaron a pasarse la pelota, deslindando responsabilidades”.
El armatoste era una de las obras expuestas en el Primer Encuentro de Escultores del Paseo de la Infanta, inaugurado al aire libre en 1994. Su autor, Danilo Danziger, lo había denominado Elemento. La galería organizadora era Der Brücke —el puente, en alemán—, propiedad de Diana Lía González de Lowenstein y ocupante de uno de los 20 arcos contiguos al sitio de la calamidad. Estos se extienden a lo largo de 250 metros y pertenecen a un viaducto del Ferrocarril General San Martín. La magnífica edificación, construida a principios del siglo veinte, eleva las vías del tren en ese tramo seis metros sobre el suelo. Se distingue por su estilo inglés, con fachada de ladrillos vistos rojos y una fila uniforme de troneras o ventanitas como remate. Cada arco, usado como tienda comercial, tiene 12 metros y medio de luz entre los apoyos. Panter SRL, concesionaria de los 20, pertenecía a Alfredo Mauricio Lowenstein, esposo de la galerista. Paseo de la Infanta había bautizado el matrimonio el complejo, inspirado en la calle aledaña, Infanta Isabel. Sus inversiones en el sitio habían comenzado en 1985.
Infografía que reconstruye aproximadamente el hecho. La escultura verdadera tiene formal ojival. La Nación, 6/12/1996.
“Este accidente es un hecho lamentable”, dijo Jorge Manuel Rogelio Domínguez, intendente de la ciudad; “sorprendido por la repercusión del caso”, se manifestó; “una maceta que desde un balcón se le cae a alguien en la cabeza”, fue la comparación que improvisó; “tampoco se puede tener un inspector en cada esquina”, alegó. “A la Municipalidad no se le ha solicitado autorización para la colocación de esculturas”, señaló el vocero porteño Marcelo Nachón. “Las concesiones en el Paseo de la Infanta han sido otorgadas por la compañía Femesa”, completó la comuna en un escrito para la prensa; la sigla corresponde a Ferrocarriles Metropolitanos Sociedad Anónima, ligada al Estado Nacional. “El contrato que se hizo con Panter”, respondió una gacetilla de Femesa, “establece que será el concesionario quien se haga responsable de los daños”.
“No tenemos responsabilidad directa en lo sucedido”, contestó Alfredo Lowenstein al día siguiente de la tragedia desde Madrid; “no entendemos cómo ocurrió, había unos chicos jugando en el lugar y algo que no comprendemos aún debe haber pasado; estamos muy dolidos, nosotros tenemos hijos y nietos y comprendemos cómo deben sentirse los familiares de la víctima; Diana está bastante mal, pero tenemos un compromiso cultural que para nosotros resulta ineludible; no podemos volvernos”, abundó. “La creación siempre me pareció de mal gusto”, se despachó su esposa; “yo estaba en España en el momento del concurso”.
“La culpa es de Diana Lowenstein, yo dejé mi obra en consignación a la galería que ella dirige”, se justificó Danziger. —Las nenas probablemente se colgaron —acotó. “Mi marido no tiene la culpa de lo que pasó”, opinó la mujer del artista. “Danilo hizo bien todas las soldaduras”, afirmó Marcelo Faimberg, abogado del imaginero; “el problema fue que la obra tuvo traslados en los cuales el no intervino y allí se deterioraron”.
“Coordiné el evento donde nació la escultura, pero terminó y me desvinculé por completo”, se excusó la gestora cultural Nelly Perazzo, que en 1997, tras asumir el cargo de presidenta de la Academia Nacional de Bellas Artes, tomó una decisión estrambótica. Distinguió a la señora de Lowenstein, que después del drama había cerrado Der Brücke y dejado de exponer en la Capital Federal, con el premio Arlequín de la Fundación Pettoruti como mejor galerista porteña de 1996.
Nora y Eduardo señalan la posición de la escultura en el lugar de la tragedia. Los acompaña el periodista Javier Mozo (imagen del programa televisivo de este, Vidas paralelas).
“El problema es que es una causa muy compleja, en la que hay mucha gente comprometida; no es nada fácil decir a los padres que aún no hay responsables“, contestó Héctor Noli, primer abogado de los Iglesias. “Estos empresarios siempre vivieron al margen de la ley”, denunció Laura del Cerro, representante legal posterior de los damnificados, sobre Panter; “lo que demuestra el crimen de Marcela es que el uso indebido del espacio público puede terminar de la peor manera”.
“Una galería de arte, sin estar habilitada, expuso obras en un sector público sin autorización municipal”, compendió Eduardo Guarna, jefe de control de funcionarios de la Defensoría del Pueblo porteña; “encima, no se observaron las mínimas previsiones en cuanto a la seguridad de las personas que transitaban por el lugar y ni siquiera se ocuparon del mantenimiento de la estatua”.
—En el momento del hecho, Panter sumaba como una década de usurpación —imputa Osvaldo Guerrica Echevarría, arquitecto que preside la Asociación Amigos del Lago de Palermo—; el contrato de concesión estaba viciado de nulidad; el área, conocida como bajo viaducto, es de carácter público, por lo tanto allí hasta 2018, cuando hubo una reforma legislativa, estuvo prohibido cualquier proyecto comercial; eso establecía el Código de Planeamiento Urbano; además, Panter es una firma que prácticamente no existe; su dirección autorizada era el arco diez, que se encontraba alquilado a otra gente —sonríe—; en realidad toda la reserva padece ocupaciones ilegales —concluye en referencia al Parque 3 de Febrero, nombre oficial de los Bosques de Palermo—; en el último siglo, su superficie se redujo un 85 por ciento.
—Terminé de caer en la cuenta de la muerte de nuestra hija —recuerda Eduardo— cuando el colegio San Martín de los Andes nos llamó para devolvernos el dinero de la matrícula que habíamos pagado.
Diana Lía González de Lowenstein (Globedia.com).
Antonella Zazzarino (izquierda) y su novio Hernán (derecha) con Eduardo y Nora en el Paseo.
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Hasta el cierre de la causa, durante los doce años posteriores a la ignominia, mientras reclamaban persistentemente el esclarecimiento de lo sucedido, Nora y su cónyuge acudieron a representantes de una vastedad de sectores y de todo nivel. Lo hicieron en su condición de meros ciudadanos, apoyados en el considerable eco periodístico del caso. Entre quienes los recibieron se destacan las Madres de Plaza de Mayo. También Néstor Carlos Kirchner, presidente de la República; Ricardo Luis Lorenzetti, titular de la Corte Suprema de Justicia; Eugenio Raúl Zaffaroni, ministro del mismo cuerpo; y Esteban Justo Antonio Righi, procurador general de la Nación, que es quien introdujo a los Iglesias ante el resto de los nombrados. Sin embargo, todas las instancias del Poder Judicial, incluido el máximo foro argentino, que sin mencionar argumento declaró el drama “insustancial y carente de trascendencia”, se negaron, misteriosa o sugestivamente, a sentar a un solo sospechoso en el banquillo.
—Debe hacerse un juicio, todos los padres tienen el derecho de saber qué pasa con sus hijos —se comprometió pasional Righi en 2007, sentado en su despacho de la Procuración, ante Nora y Eduardo.
—El litigio está en proceso, no hay nada que podamos hacer —se atajó con parquedad Alberto Ángel Fernández, jefe de Gabinete, por la misma época, junto a Kirchner, mientras se daba la mano con el matrimonio en un pasillo de la Casa Rosada. Fernández será primer mandatario entre 2019 y 2023 con la atrocidad impune.
—Esperá, por algo están acá, al menos vamos a escucharlos —intervino el santacruceño, luego de abrazar con afecto a los padres de Marcela—; adelante, sigan luchando, su pequeña merece justicia —agregó el líder de Estado tras el breve diálogo, que se desarrolló con los cuatro interlocutores de pie en el mismo corredor.
—Tengo una hija de más o menos la edad de Marcela —se sensibilizó Lorenzetti en su escritorio, asimismo frente a los Iglesias.
—Yo soy el primero que vota —musitó enigmático Zaffaroni, poco después, en su oficina, al tiempo que le tocaba el brazo a Eduardo con una mano, en una frase y un gesto que los esposos interpretaron como propicios.
A fines de 2007, Lorenzetti falló que el pleito debía continuar. Pero todos sus colegas —Zaffaroni, Elena Highton de Nolasco, Carlos Fayt, Enrique Santiago Petracchi, Juan Carlos Maqueda y Carmen María Argibay— votaron por la prescripción. Argibay propuso en el colmo, aunque sin éxito, imponer a los progenitores las costas o gastos de la contienda, incluido el sueldo para los representantes legales del adversario.
“Conmueve el más profundo sentimiento de justicia”, había anticipado Righi, “recargar a la parte querellante, que ha luchado inquebrantablemente por llevar la causa a juicio, con el pago de las costas de un proceso que no ha llegado a una sentencia de mérito gracias a la ineficacia del sistema para actuar en tiempo”.
—Era una cifra inalcanzable —se agobia Nora—, porque teníamos que saldar los honorarios de los abogados de ellos, que eran los más caros del país.
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Los padres de Marcela aguardan en la actualidad un dictamen de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, con sede en Washington, Estados Unidos, que podría derivar el expediente a la Corte respectiva, con asiento en San José de Costa Rica. Acusan al Estado argentino de negarles el derecho a un juicio. Ambos están jubilados. Para gestionar el reclamo transnacional han tenido que recurrir al auxilio económico de familiares y amigos, ninguno de los cuales goza de mayor holgura financiera que ellos. Por la ventana del living comedor de su departamento de Villa Lugano continúan entrando cotidianamente las campanadas de la parroquia del Niño Jesús y la bocina del Ferrocarril Belgrano Sur, cuyos trenes se internan en el oeste del Gran Buenos Aires. A veces, en la acústica hogareña creen adivinar la risa desopilante de su hijita, ansiosa por empezar la escuela, y su voz entonando tesonera la Canción del Jacarandá.
—Esperamos que haya una señal de reparación —suplica Eduardo—; la justicia requiere que los magistrados sean probos, gente honesta; es lo mínimo; que el poder judicial en cualquier Estado, con un Gobierno de cualquier signo político, falle como corresponde; acá hay una muerte de una inocente a plena luz del día; se ha visto mucha negligencia; exigimos que los culpables paguen; que tengan la sanción que corresponde.
—El sumario parece una burla —clama Nora—; nadie se explica cómo teniendo a todos los responsables identificados nunca se llegó al debate oral; apostaban a que uno se canse, a que no reclame más; nos decían que los plazos de la Justicia no eran los que uno quería; se la pasaron haciendo chicanas legales y así fue transcurriendo el tiempo.
Osvaldo Guerrica Echevaría (de gorra), Beatriz Ribaudo (hermana de Nora) y los padres de Marcela en el Paseo.
Después del infanticidio, la dueña de la desaparecida Der Brücke inauguró una sala de exposiciones en la ciudad de Miami llamada Diana Lowenstein Fine Arts Gallery. La mujer luce distinguida en los retratos, con mirada astuta de ojos castaños y cabellera morocha, lisa o con bucles, según la ocasión. Su marido Alfredo, algo más espigado, de ojos marrones, pelo oscuro y nutrido, en traje y corbata, la acompaña distendido. El caballero posee inversiones siderales en Estados Unidos y distintas localizaciones del Caribe. Desciende de una familia que huyó de Alemania durante el nazismo y prosperó en la Argentina exportando carne equina. Es titular del Lionstone Group —la primera palabra traduce el apellido al inglés—, un pulpo inmobiliario y turístico que cuenta entre sus tentáculos el Hotel Ritz Carlton de la urbe del estado de Florida. Otras apuestas de la compañía se reparten por Chicago, Aruba, Curazao y las Islas Vírgenes. Además, el magnate tiene un hermano que se llama Ernesto Samuel, alias Tito, también coleccionista de proyectos opulentos, pero en el país. En simultáneo con frigoríficos y curtiembres, el último ha explotado negocios que hicieron historia, como Paty, Quickfood, Pumper Nic y el complejo de esquí Las Leñas.
Fuentes
Los diálogos del autor con Nora y Eduardo han sido profusos. El relato de Antonella y Poly aguarda ser completado con el de Lucía Acosta Ryan, que se mantiene en silencio. Guerrica Echevarría es otra voz determinante. De la misma forma, lo es el testimonio de los demás miembros de la ACMdD.
El indagador ha coincidido repetidamente, en simultáneo, con María Josefina (fallecida en 2022), Beatriz y Susana, las hermanas de Nora, entre diversos parientes. También con Juan Carlos Martínez, párroco de la iglesia del Niño Jesús —distinto del cura que en el próximo capítulo dará un consejo sobre los juguetes—, entre otras personalidades. Asimismo, con Eugenia Vázquez, Raquel y Jorge Witis, Oscar y Ana Castellucci, Linda Vázquez y María Elena Filgueira, familiares de víctimas, y con María José Lubertino y Adrián Camps, exlegisladores, para mencionar solo a algunos de los que acompañan a Nora y Eduardo.
La descripción del Banco de Boston y el monumento de Roque Sáenz Peña parten de la visión directa y de dos artículos de prensa: sobre el edificio (“The First…”, Revista de Arquitectura) y la escultura (“Roque Sáenz…”, Patrimonio.com.ar), respectivamente.
La propuesta sentimental de Eduardo fue precedida por varios episodios, algunos compartidos con colegas del banco, como cine y asados.
—Este muchacho tiene otras intenciones —escurrió don Erasmo, el papá de ella, una mañana en que aquel pasó a buscar a su hija para ir a una de esas churrasqueadas.
—Desde muy joven apadriné una escuela rural de La Curvita, provincia de Salta, y colaboré con Cáritas parroquial —cuenta Nora sobre su compromiso ciudadano—; a principios de la década de 1980, me enganché en varias marchas de la resistencia de las Madres de Plaza de Mayo.
—Mi mamá siempre donaba en las colectas casa por casa del Ejército de Salvación —recuerda el marido—; ropa, utensilios y muebles; por ejemplo, una antigua vitrola que fue reemplazada por un tocadiscos.
Nora es una mezcolanza genética. Sus abuelos Ribaudo nacieron en Sicilia, localidad de Reitano, cuyo patrono es san Erasmo. Su mamá, Josefina Espinosa Pursch, de antepasados tucumanos y teutónicos, padecía dificultades para caminar, secuela de la poliomielitis infantil. Don Erasmo, futuro jefe del Jardín Botánico porteño, la conquistó en el paseo de la Costanera Sur de la ciudad, conversación y chocolates de por medio. El papá de Eduardo fue Luis Eduardo Iglesias, que ejerció como mecánico de aviones en la base aérea de El Palomar. La mamá fue Nélida Rosa Fusani, pintora aficionada.
Las precisiones sobre la tragedia provienen de la causa judicial (Danziger, Danilo, y otros), el fallo de la Corte (Iglesias, Eduardo y Nora…), el dictamen de Righi (Iglesias, Eduardo y Nora…) y la presentación ante la Comisión Interamericana (Marcela Brenda Iglesias), que ha emitido respuestas parciales (por ejemplo, Admisibilidad 173/2017 y Caso 13.506… 23/2/2018). También de la prensa, la observación presencial y el resumen meteorológico (“El tiempo”, La Nación, 5/2/1996), que predice una jornada parcialmente despejada, con una temperatura máxima de 27 grados y viento sur de hasta 30 km/h de potencia.
Una fuente complementaria para organizar el relato está en los escritos de Rebollar (cap. 1) y De Vecchi (cap. 8).
La alteración alevosa de la escena después del crimen fue denunciada por el periodismo (“La caída…”, La Nación).
La prensa proveyó además las palabras de Domínguez (Sánchez Zinny…, La Nación; “Infanta Isabel…”, El Expreso Diario), Nachón (“Una escultura…”, Página 12), la Municipalidad (ídem), Femesa (“Nena de…”, Crónica), Danziger y su esposa (Zommer, Laura…, 3/12/1996), Diana L. (ídem), Faimberg (“Estaba bien…”, Clarín), Alfredo L. (Cervetto, Carlos…, La Nación) y Perazzo (Zommer, Laura…, 27/10/1996).
El relato de Danziger que imagina a las niñas colgadas de la obra de arte fue recordado por Nora y Eduardo.
El punto de vista de Guerrica Echevarría fue completado con el libro del que es autor (pp. 129-237) y el Código de Planeamiento Urbano porteño. La Asociación Amigos del Lago de Palermo fue fundada en 1990 por el y otros usuarios del Parque Tres de Febrero; es de referencia en el ámbito de los espacios verdes; ha promovido acciones judiciales y legislativas.
Que los Lowenstein empezaron a invertir en el paseo en 1985 figura en su web oficial (Lionstone.net).
Las palabras de Noli y Del Cerro están en los diarios (Zommer, Laura…, 6/8/1996; Zommer, Laura…, 27/10/1996; Pittaro, Fernando…, Tiempo Argentino). Noli fue fundamental en la etapa argentina del litigio; falleció por causas naturales poco antes de que la Corte diera el proceso por clausurado. Del Cerro integra con Daniel Stragá y María del Carmen Verdú el equipo legal que gestiona el expediente dentro y fuera de la Argentina.
Asimismo en la prensa está la declaración de Guarna (Zommer, Laura…, 27/10/1996).
La causa judicial fue cerrada inicialmente en 2005 por la jueza María Susana Nocetti de Angeleri. Lo hizo invocando una ley reciente, la 25.990, referida a las condiciones de prescripción de la acción penal. Righi, previendo la aplicación abusiva o arbitraria de la nueva norma, convocó a Nora y Eduardo para presentar su reclamo como legajo testigo. La controversia involucró otros sumarios famosos: el crimen del soldado Carrasco, el pasaporte de Al Kassar, el vaciamiento de los bancos del Oeste, Mendoza e Italia, el escándalo IBM-Banco Nación, los guardapolvos de Bauzá, la leche de Spadone y Vicco, los juguetes de Vanrell, entre tantos.
Los dichos de Righi, Kirchner, Fernández, Lorenzetti y Zaffaroni fueron referidos por los Iglesias. La cita del primero sobre las costas está en su dictamen. Este disparate, que trascendió en la prensa (Sued, Gabriel…, La Nación), había sido propuesto en 2005 por la Cámara de Casación.
El perfil de la familia Lowenstein proviene de artículos periodísticos (Kiefer, Michael…, Ski Magazine; Plotkin, Pablo…, Brando; Naishtat, Silvia…, Clarín) y dos sitios de internet (Lionstone.net, Dianalowensteingallery.com).
Bibliografía
Libros
De Vecchi, Cecilia. En tu nombre. Dunken, Buenos Aires, 2015.
Guerrica Echevarria, Osvaldo. Palermo, amigos del lago y después. En defensa de tierras públicas. Edición de autor, Buenos Aires, 2006.
Academia
Rebollar, Alicia Irene. Mucho más que dolor y lazos de sangre. El activismo de las víctimas en la Asociación Madres del Dolor (tesis de licenciatura en Antropología Social, Universidad Nacional de San Martín). Dunken, Buenos Aires, 2019.
Santamaría, Rosana ¡Justicia a la Justicia! Estudio etnográfico sobre los reclamos de justicia de la Asociación Civil Madres del Dolor. Tesis de Maestría en Antropología Social. Universidad Nacional de San Martín, Argentina, 2014.
Trincheri, Marcela Inés. Las concepciones de derechos humanos que subyacen en las praxis de las organizaciones de familiares de víctimas de la violencia institucional surgidas en democracia. Tesis de Maestría en Derechos Humanos. Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad Nacional de La Plata, Argentina, 2013.
Documentos
Marcela Brenda Iglesias. Admisibilidad 173/2017. Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Washington DC, EEUU, 29/12/2017.
Marcela Brenda Iglesias. Caso 13.506. Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Washington DC, EEUU, 23/2/2018.
Danziger, Danilo, y otros. Causa 3556/1996. Juzgado de Primera Instancia en lo Criminal Correccional. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 1996.
Iglesias, Eduardo y Nora, c/ Lowenstein, Diana, y otros. Corte Suprema de Justicia. República Argentina. Sentencia del 11/12/2007.
Iglesias, Eduardo y Nora, c/ Lowenstein, Diana, y otros. Expediente 404/2006. Procuración General de la Nación. 8/11/2006.
Ley 449/2000. Reforma del Código de Planeamiento Urbano. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Boletín Oficial 1044, 9/10/2000.
Ley 25.990/2004. Reforma del Código Penal (artículo 67). República Argentina. Boletín Oficial 30.567, p. 1. 11/1/2005.
Marcela Brenda Iglesias. Caso 13.506/2018. Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Washington DC, EEUU. Expediente p-1111/2008. Admisibilidad 173/2017.
Ordenanza 33.387/1977. Código de Planeamiento Urbano. Municipalidad de Buenos Aires. Boletín Municipal 15.475, 11/3/1977.
Prensa
Cervetto, Carlos. “Los dueños de la galería, en Madrid”. La Nación, Buenos Aires, 7/2/1996.
“El tiempo”. La Nación/Economía y Negocios, Buenos Aires, 5/2/1996.
“Estaba bien soldada”. Clarín, Buenos Aires, 6/12/1996.
“Infanta Isabel: el intendente deslinda responsabilidades”. El Expreso Diario, Buenos Aires, 13/2/1996.
Kiefer, Michael. “Tito’s triumph”. Ski Magazine, USA, 4/1990.
“La caída de una precaria escultura mató a una niña”. La Nación, Buenos Aires, 6/2/1996.
Naishtat, Silvia. “Las Leñas busca un dueño”. Clarín, Buenos Aires, 13/7/1999.
“Nena de 6 años aplastada por una escultura chatarra”. Crónica, Buenos Aires, 6/2/1996.
Pittaro, Fernando. “Bosques de Palermo: es ilegal pero construyen un polo gastronómico”. Tiempo Argentino, Buenos Aires, 26/8/2012.
Plotkin, Pablo. “Viaje a lo profundo del paty”. Brando, Buenos Aires. 16/3/2014.
“Roque Sáenz Peña”. Patrimonio.com.ar, Buenos Aires, s/f.
Sánchez Zinny, Fernando. “Una municipalidad ciega”. La Nación, Buenos Aires, 20/2/1996.
Sued, Gabriel. “Les quieren cobrar por pedir justicia”. La Nación, Buenos Aires, 8/2/2006.
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